Algunos de ellos están perpetuados en hechos heroicos, como el mítico «Roto Chileno», que en campañas militares brillaron y destacaron en las batallas de la Guerra del Pacífico.
Otros han quedado perpetuados en la memoria, a través de canciones, poemas y la literatura. Como también en la transmisión oral, de cuentos, historias y anécdotas, que nuestros abuelos en más de una ocasión –sobre todo en las largas noches de invierno- nos contaban a la orilla de un rojo brasero, con una negra tetera hirviendo a punto de arrancarse; mientras libaban un mate y los nietos saboreabámos sopaipillas, chicharrones o cualquier «causeo» que nacía de las ascendosas manos de la abuela.
En este invierno que quiere llegar y que timidamente nos tiene bajo el índice normal de agua caída a la fecha, nos vienen una serie de recuerdos, que estamos seguros que a más de algún pichilemino (a) llegará.
Antes de ir al grano, no puedo dejar de mencionar agradables momentos de aquellos, donde junto a mi numerosa familia, disfrutamos por ejemplo –a la hora de «once»- de una panita de chancho con cebolla a la pluma y aderezada con cilandro, tortilla de rescoldo con chicharrones, callampas fritas, junto a un tazón de té.
O al almuerzo, «guatitas y/o patitas de corderos» (saladas desde el verano) con arroz «champurreado», o cuero de chancho en una crema de «harina dorada», o en lugar de esta harina, se usaba harina de garbanzo. Como también, el «locro» (harina de chicharos, papas y zapallo). O las «chanfainas» (una especie de carbonada, pero con los hígados de cordero y/o cerdo).
¿Quién no se recuerda de los «Ulpos», o de los «Chercan»? (como lo nombraba la Julia, de Larraín Alcalde).
Aunque se nos está abriendo el apetito, vamos al tema principal del que queremos evocar.
ARRIEROS
El destacado folclorista nacional, Patricio Manns nos ha dado una hermosa composición que destaca a los «arrieros» en el tema musical «Arriba en la Cordillera» que ha sido interpretado por el mismo y por varios intérpretes. Otro tema, con la magistral interpretación de Los Cuatro de Chile y declamación del actor Héctor Duvauchelle, es el poema de nuestro bardo rancaguino Oscar Castro, «Romance del hombre nocturno», obra musical que emociona.
Muchos pichileminos no saben, pero esta actividad también ha sido abrazada por habitantes de nuestra comuna. Es así, como en el pasado mucho de nuestros hombres se dedicaron al «arreo», haciendo de esta sacrificada actividad un medio de ganarse la vida, ejerciendo el transporte y comercio de diversos productos de la zona hasta lejanas ciudades para comercializarlas.
Ya fueran al venderlas directamente, o entregándolas a distribuidores, o realizando el trueque por otros productos que, en el camino, o al regreso a Pichilemu, las vendían a sus clientes.De hecho, el historiador –con una ligazón pichilemina- Juan Guillermo Muñoz Correa, en uno de sus libros nos recuerda que en tiempos de la Colonia, algunos habitantes se dedicaban a transportar «fanegas» de pangues y nalcas, entre otros productos, como la sal. Donde otra de las medidas, era el «almud», que era un cubo de madera (un cajón) que tenía una medida equivalente a 8,75 litros.Largas jornadas desde la costa pichilemina los llevaron al Puerto de San Antonio, Valparaíso, como a ciudades de la zona central: Santa Cruz, San Fernando, Rengo, Rancagua, San Vicente de Tagua Tagua, Machalí, Sewell y Santiago, entre otras.
De esos recios, esforzados y sacrificados varones nos retrae a la memoria, nombres como don Lucho «El Negro Quique», don Martiniano Cabrera Lizana, don Juan «Pitío» González, don Desiderio «Cheyo» Pavez, don José Cabrera Lizana, entre muchos otros.
«pichilemunews» recuerda que –cuando niño- conversó con don «Cheyo» Pavez sobre esta actividad y nos contó algunas peripecias junto a «recua» de mulas, machos y burros, donde debían dormir a la vera de los caminos, tanto para descansar y alimentar a las bestias, como para renovar energías, no antes de libarse un buen par de mates, acompañado con tortilla de rescoldo, un trozo de queso y charqui. De esas largas jornadas, recuerdo –no los detalles- que don «Cheyo» me contó que él fue testigo del desborde del Tranque de Alcones, el que después de soportar varios días de intensas lluvias anegó varios sectores provocando daños en muchas viviendas aledañas, debiendo arrancar, sus moradores, hacia los cerros para salvar sus enseres. No obstante, muchas de las viviendas fueron totalmente destruídas. Por cierto, esta historia ocurrió a principios del siglo pasado, cuando llovía días enteros en forma torrencial.A todo esto, ¿sabe cuánto carga una Mula, aproximadamente?Una Mula, bien tenida, bien alimentada, es capaz de llevar entre 12 y 14 arrobas, lo que significa un peso de entre 138 y 161 kilos.Ya más adulto, cuando ejercía el cargo de Corresponsal del diario capitalino La Tercera, no solo para Pichilemu, sino para la joven provincia; en Litueche, en el acceso norte –donde hoy hay varios garage o talleres, cerca del Estadio- me encontraba un sábado a la espera de movilización para seguir mi viaje, cuando veo a la distancia a un jinete «arriando» a unas cuantas mulas cargadas con algunos sacos de sal y otras con ruedas de cochayuyo. Me recuerdo perfectamente de aquello. El panorama se veía súper espectacular e inusual, aún para esos años (fines de la década del ’70 o principios de los ochenta). Saqué mi cámara fotográfica del bolso y «disparé» a la «recua» que estaba a unos cincuenta metros y más tarde otras tomas más cercanas.Cuánto no fue mi asombro, al ver pasar minutos después a un señor gordito, moreno, de bigotes y cara con la barba de días. Su sombrero de ala ancha y manta gruesa, aunque doblada a ambos lados; dejándole libre sus brazos y piernas que terminaban en calzado de montar, con espuelas y polainas.Me era cara conocida; pero no recordaba su nombre. Si recordé que le decían el Lucho «Negro Quique». Y cuando pasó frente a mí, nos miramos y ambos hicimos amago de un saludo silencioso, al tiempo que me aprestaba a «hacer dedo» a un vehículo en mi ruta.Tiempo después, me parece que una o dos veces lo volví a ver, pero ya no como Arriero, sino arriba de una «cabrita», el típico coche tirado por caballos, ¡claro!.