ESCÁNDALOS EN EL FÚTBOL: EN TODAS PARTES SE CUECEN HABAS

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El mundial del fútbol no dejó a nadie indiferente por espacio de un mes, pegados a las pantallas, diarios e internet, para conocer las diferentes alternativas de la magna fiesta deportiva. Millones de fanáticos día a día siguieron los partidos de quienes los representaban, por una parte, en tanto la mayoría “hinchando” por las selecciones que les simpatizaban.
Resultado: Millones de dólares de ganancia a las selecciones ganadoras; pero por sobretodo el organismo que rige el fútbol a nivel mundial: la FIFA.
No obstante, la “basura” que se esconde debajo de este deporte -por desgracia, también en otros- hace rato que el hedor esta saliendo y es así como, sobretodo el fútbol del actual campeón mundial está en crisis.
Sepa detalles a través del artículo que apareció recientemente en
LE MONDE DIPLOMATIQUE, que nos llega.
No se escandalice a pesar de lo que conocerá. Recuerde que en Pichilemu -como en otras comunas- también se “cuecen habas”.
Si no lo recuerda: Han ocurrido “quema de documentos”, “adulteración de fichas”, “falsificaciones varias”, por dar algunos ejemplos que han ocurrido tanto a nivel oficial en la AFUPI -lamentablemente tiene sus períodos negros”- como a nivel de clubes, donde osados, atrevidos y malos dirigentes han incurrido en estas acciones, actuando directamente o tras las sombras.

Escándalo en fútbol italiano. Algo huele mal en la Fifa.

Escándalo en el fútbol italiano:

Algo huele a podrido en la FIFA…
Por Ezequiel Fernández Moores*

La investigación que lleva a cabo la justicia italiana sobre corrupción generalizada en el fútbol, la primera que intenta avanzar hasta el hueso del problema, no es la única en el “planeta fútbol”. Escándalos similares han estallado en otras potencias, como Brasil, Alemania y Argentina –e incluso en la propia Federación Internacional de Fútbol Asociado (FIFA)– pero siempre han sido acallados o investigados de modo superficial.

Luciano Moggi, el director general de la Juventus, recibía un promedio de 416 llamadas diarias a sus diez teléfonos celulares. Lo llamaban ministros del entonces gobierno de Silvio Berlusconi y políticos que también serían luego ministros en el nuevo gobierno de Romano Prodi. Lo llamaban el presidente y el vice de la Federación Italiana de Fútbol (FIGC), patrones de clubes, designadores de árbitros, árbitros, entrenadores, jugadores, funcionarios de policía y los periodistas más renombrados en la república del calcio. Desde esos diez teléfonos celulares, Moggi decidía al ganador del campeonato acaso más famoso del mundo, el célebre scudetto italiano. Decidía también el fixture, designaciones de árbitros, quiebras de clubes, compras de jugadores y hasta la formación de la selección italiana. Era un poder sin límites. De una impunidad obscena.

“Lucky Luciano”, tal su apodo, no dudó por ello el domingo 30 de abril de 2006. Su club, Juventus, debía cortar la racha de cinco empates consecutivos que había permitido al Milan un peligroso acercamiento. Ese domingo, Juventus tenía que ganarle sí o sí al Siena. Los pasillos del fútbol olían mal. Siena tenía entre jugadores, entrenadores y dirigentes a once ex miembros de Juventus. Era casi una filial. Además, once de los jugadores de Siena pertenecían a GEA, la firma de representación de futbolistas liderada por Alessandro Moggi, hijo de Luciano. Las sospechas estaban a la orden del día. Sin embargo, nadie se imaginó que todo sería cocinado de modo tan burdo. A los ocho minutos de iniciado el partido, Juventus ya ganaba 3-0. “Payasos, payasos”, gritaban furiosos los propios fanáticos de Siena. “Vergüenza”, titularon los diarios del lunes. Una semana después, Juventus ganó su partido de la última fecha y conquistó su 29º scudetto. Lo que Moggi y sus interlocutores jamás se habrían imaginado es que todas aquellas conversaciones telefónicas con ministros, dirigentes, árbitros, entrenadores y jugadores habían sido grabadas por la justicia a lo largo de ocho meses, entre noviembre de 2004 y junio de 2005 (1).

Por ejemplo, el 8 de febrero pasado quien llamó a Moggi fue el entonces ministro del Interior de Italia, Giuseppe Pisanu. Quería una “ayudita” para el equipo de su ciudad natal, Torres Sassari, que corría peligro de descender de la Serie C. Días después, Torres Sassari ganó de visitante por primera vez en dos años y Pisanu, feliz, volvió a llamar a Moggi el 26 de marzo. “Necesitamos una manito para evitar riesgos graves”, pidió otra vez el ministro. “Dejámelo a mí”, respondió Moggi. El 21 de marzo de 2005 fue el turno de otro ministro de Berlusconi, Domenico Siniscalco, de Economía. “Ci sono Domenico, ciao come sta”, se presentó el ministro, como un viejo conocido. “Oh, Domenico”, lo saludó Moggi, que le pidió un favor para un amigo. El escándalo, que ya para ese entonces se había adueñado de las portadas de la prensa, desnudó cómo se manipulaba al fútbol en una Italia normalmente poco apegada a la ley, pero mucho más tras el gobierno de Berlusconi, que confundió a la luz del día el interés público con los negocios privados.

Los ministros Pisanu y Siniscalco ya habían dejado sus puestos, tras la victoria electoral de Prodi. Pero el nuevo ministro de Justicia de la era Prodi, Clemente Mastella, anunció sorpresivamente que ordenaría a los jueces que frenaran las filtraciones a la prensa de las escuchas a los teléfonos de Moggi. Al día siguiente, lejos de intimidarse, los jueces filtraron a los medios escuchas en las que Moggi hablaba nada menos que con un hijo de Mastella, Clemente, también representante de jugadores.

“Una obra de arte”

Los jueces tienen en su poder más de cien mil grabaciones. Hay para elegir, como hacía Moggi con los árbitros, siempre favorables no sólo a su Juventus, sino también a los equipos aliados. Para ello, las conversaciones más escandalosas de Moggi son con el vicepresidente de la FIGC, Innocenzo Mazzini, con los designadores de árbitros Paolo Bergamo y Pier Luigi Pairetto y con el árbitro Massimo De Santis, que era el representante italiano para el Mundial 2006 y “cerebro” de la organización entre sus colegas. El 5 de marzo de 2005 Juventus debía ganarle sí o sí a Roma en el Estadio Olímpico y Moggi, según las cintas interceptadas, no sólo se garantizó una terna arbitral a favor, sino que se aseguró también de que el cuarto árbitro del partido, Gabriele Palanca, por las dudas, tuviera activado un teléfono celular “por si hace falta cualquier cosa durante el entretiempo”. Juventus debía ganar también otro partido ante Sampdoria. El designador Pairetto, según una cinta del 21 de septiembre de 2004, ordenó a Paolo Dondarini, árbitro para ese partido: “tienes que ver inclusive aquello que no existe”. Dondarini respondió: “no te decepcionaré”. Juventus ganó 3-0 con un penal polémico.

Las ayudas implicaban también amonestar jugadores que en la fecha siguiente no podrían jugar ante Juventus por suspensión, como ocurrió con dos futbolistas del Bologna, científicamente amonestados por el árbitro amigo De Santis. Otro árbitro, Gianluca Paparesta, osó anular un gol y no sancionar un supuesto penal, perjudicando a Juventus en una derrota 2-1 con Reggina. Moggi lo encerró dos horas en un vestuario, lo amenazó diciéndole que sólo podría volver a dirigir “en la Legión extranjera” y lo obligó a llamarlo tres días después para disculparse. ¿El modesto club de Livorno amagó con rebelarse? Otra vez De Santis se encargó personalmente de expulsarle un jugador a los 20 minutos en una derrota de 6-3 contra Siena, uno de los clubes amigos. “¿Has visto? Largamos y rapidito uno afuera”, se jactó De Santis ante Mazzini. “Como siempre, estuviste espléndido, una obra de arte”, le respondió el vicepresidente de la Federación. Todos le pedían favores
a Moggi. Hasta el presidente de la Federación, Franco Carraro, aparece mencionado en el celular de Moggi pidiendo una ayuda para Lazio, “un club amigo del sistema”. Y también Diego Della Valle, castigado con los arbitrajes porque era un duro opositor, recurrió finalmente desesperado al celular de Moggi para evitar el descenso de su Fiorentina, que fue salvada en la última fecha del campeonato.

La manipulación incluyó a la prensa, que siempre dio trato de rey a Moggi. El que pasó la raya fue Aldo Biscardi, conductor de El Proceso, popularísimo programa de la TV de los lunes en el que se analizaban las jugadas polémicas del fin de semana. En una conversación Biscardi reclama un reloj lujoso a Moggi, quien aparece en otra cinta en diálogo con Fabio Baldas, el ex árbitro encargado de opinar sobre las jugadas polémicas en el programa de Biscardi. “¿El offside es de 50 centímetros? Bueno, dejalo en 20…”, exigió Moggi a Baldas sobre un gol que había sido concedido a Juventus en claro fuera de juego. Giorgio Tosatti, otro periodista famoso, reclamó en otra escucha a Moggi que imponga su peso para que Juventus tuviera arbitrajes no perjudiciales en sus partidos de copas europeas. Las escuchas desnudaron también la complicidad de funcionarios policiales de la Guardia de Finanzas, que avisaban a Moggi sobre los operativos judiciales contra los clubes a cambio de entradas para partidos y juegos de camisetas, además de otros regalos. El control, según lo revelaron otras escuchas, se extendía al mercado de compra y venta de jugadores. ¿Roma no quiere ceder a Juventus al entrenador Fabio Capello y al volante brasileño Emerson? Su presidente, Franco Sensi, fue asfixiado entonces por la banca amiga de Moggi y terminó cediendo.

¿Y la selección italiana? Hasta allí llegaron los tentáculos. Los beneficiados eran los jugadores que aceptaban pasar a ser representados por la firma GEA, propiedad de Alessandro Moggi, hijo de Luciano. GEA tenía también entre sus accionistas a otros “hijos de”: de patrones de clubes; de dueños de banca privada y de entrenadores, como Davide Lippi, vástago de Marcello Lippi, nada menos que ex DT de Juventus y actual de la selección. “Si eres bueno y te pasas a GEA, pues entonces las puertas de la selección se te abrirán más fácilmente”, era el mensaje de GEA, que logró captar así a más de doscientos jugadores y también a una lista de veinte entrenadores, en la que aparecía con el número 17 papá Lippi, DT de la selección “azzurra” en este Mundial.

Mani Pulite…

Todo está en fase de investigación. La justicia deportiva fallará recién antes de fin de junio y la ordinaria podrá demandar años hasta que finalicen todas las apelaciones. Pero la filtración de las cintas provocó un terremoto. Carraro, el presidente de la Federación, un hombre que nació sentado en los sillones del poder, que ya a sus 22 años era presidente de la Federación de Esquí (el primero de sus diez sillones presidenciales) y que llegó a ser ministro de Turismo y alcalde de Roma, fue el primero que presentó su renuncia. Le siguió el vice Innocenzo Mazzini y luego el titular de la Oficina de Investigaciones de la Federación, el ex general Italo Pappa.

El Comité Olímpico Italiano (CONI), encargado de todas las Federaciones deportivas, se reunió con el nuevo gobierno de Prodi y designó como interventor de la FIGC a Guido Rossi, un ex senador del centroizquierda encargado de controlar los mercados bursátiles. Rossi dejó mudo al mundo del fútbol cuando en el lugar del renunciante general Pappa designó a Francesco Borrelli, un juez que una década antes había conmovido a Italia investigando la Tangentopoli o Mani Pulite, el proceso que desnudó la corrupción de políticos y empresarios en Italia. Borrelli, que apenas fue una vez a una cancha de fútbol (Argentina-Camerún en la inauguración del Mundial de Italia 90) y que disfrutaba de su jubilación yendo a escuchar ópera en La Scala, de Milán, aceptó de inmediato. “No sabe nada de fútbol”, cuestionaron sus críticos. “Pero sí sabe de delitos”, replicaron sus defensores. El que puso el grito en el cielo fue Berlusconi. “Los comunistas se adueñaron del gobierno y ahora también quieren adueñarse del fútbol”, dijo a sus íntimos. Su mano derecha en el club Milan, Adriano Galliani, también presidente de la Liga de fútbol (que agrupa a todos los clubes de Series A y B), creía llegada su hora, porque también él es uno de los hombres del viejo sistema corrupto. “Pero Berlusconi me ordenó que debo resistir”, confesó a la prensa.

En cuanto a Lippi, el entrenador que llegó a la selección gracias a los éxitos de dudosa legitimidad que obtuvo con Juventus, el DT amigo de Moggi, el DT del hijo representante de jugadores, declaró ante la justicia y fue autorizado a seguir en su cargo, “aunque tengamos que taparnos las narices”, como dijo Gianni Mura en las páginas del diario La Repubblica. También fue autorizado Gianluigi Buffon, arquero de Juventus y de la selección, uno de los mejores del mundo. Para agravar aun más el escándalo, la justicia citó a Buffon para que aclarara su participación en apuestas deportivas, en las que perdió más de dos millones de euros. Buffon salió un día a la cancha portando en la camiseta la leyenda fascista Boia chi molla (algo así como ojo al que se rinde), que según dijo, usó inocentemente para arengar a sus compañeros de equipo. Otra vez salió a la cancha con el número 88 (que alude a la simbología nazi), pero que él dijo utilizar para jactarse de que tenía “cuatro huevos”. Además del “ingenuo” Buffon, también fue confirmado para este Mundial el defensor de Juventus y capitán de la selección, Fabio Cannavaro, implicado en las escuchas de Moggi para forzar su salida del club Internazionale. Hace unos meses Cannavaro apareció en un video casero inyectándose jeringas en pleno vestuario. “Moggi hizo lo que hacían todos”, intentó justificar Cannavaro. El interventor de la FIGC lo obligó a que hiciera una rectificación pública, bajo pena de quitarle su cargo de capitán.

Un problema generalizado

El mundo del fútbol italiano no se siente en falta, acaso porque creía que su ilegalidad estaba legalizada. Quizá un éxito en el Mundial haga que todo quede superado… Pero su conducción, y esto ya es un hecho, debió renunciar en masa a sólo semanas del inicio del Mundial. “Es el mayor escándalo en la historia del fútbol. Yo creía que sólo en Africa era posible algo así”, se escandalizó Joseph Blatter, presidente de la FIFA. Blatter sabe que no es así. Que los mayores escándalos de corrupción del fútbol en el último año se produjeron en Brasil, Alemania e Italia, los tres países con mayor cantidad de títulos mundiales. Y que en otros países también campeones, como Argentina, podría estallar un escándalo similar si algún día se escucharan las conversaciones telefónicas de Julio Grondona, el hombre que lleva 27 años en el sillón de la Asociación de Fútbol Argentino (AFA) y que sobrevivió a cuatro presidentes de facto y ocho democráticos, a más de ochenta muertes en las canchas, a medio centenar de allanamientos judiciales, a ocho huelgas de jugadores y a más de cuarenta casos de doping. Grondona es vicepresidente primero de Blatter en la FIFA y su nombre ocupa varias páginas del libro Foul, del periodista inglés Andrew Jennings (2).

El libro, unas 500 páginas en 30 capítulos que desnudan graves hechos de corrupción en la FIFA, fue lanzado el mes pasado en Gran Bretaña, pero aún no encuentra editor en Alemania. Nadie quiere afectar los negocios de la FIFA durante el Mundial.

El fútbol sufre hechos de corrupción ya hace casi un siglo, con jugadores que aceptaban perder a cambio de prebendas (3). Pero el comportamiento mafioso se fue asentando de la mano del negocio, de la presión por ganar, del doping, de los patrocinadores y los representantes, de la televisión y
de los intereses políticos. El propio fútbol italiano sobrevivió a escándalos de doping, pasaportes falsos, balances inflados, clubes quebrados y dirigentes encarcelados y hasta ganó un Mundial, en España 82, sobornando supuestamente a Camerún en primera fase y con un goleador como Paolo Rossi amnistiado después de corromperse en apuestas deportivas (4). Pero el escándalo actual arrastró a su equipo más popular y, a la vez, más respetado. La Juventus de la familia Agnelli, también propietaria de la Fiat, simbolizaba “las tres S”: Simplicitá, Serietá, Stilo. Pero l’Avoccato Gianni Agnelli y su hermano Humberto murieron y el estilo Moggi se adueñó definitivamente de la escena. Había avanzado antes con el Napoli apañando las historias de cocaína de Diego Maradona y de otros jugadores, y la Juventus lo contrató pese a que ya en el Torino había sido suspendido porque se comprobó que contrataba “traductoras-acompañantes” para los árbitros europeos destinados a dirigir los partidos del equipo. Juventus llevaba casi nueve temporadas sin títulos, pero con Moggi sumó nueve títulos en Italia y cuatro en Europa a partir de 1994. Todos sabían o intuían que lo hacía con métodos sucios. Pero el único que lo denunció con todas las letras fue un entrenador checo llamado Zdenek Zeman, que primero acusó a la Juventus de Moggi de dopar a sus jugadores. Juventus sobrevivió el año pasado a esa acusación merced a una polémica sentencia absolutoria. Pero no ahora, cuando en Italia cambió el poder político y la justicia de Nápoles reflotó unas escuchas telefónicas que habían sido archivadas un año antes por los jueces de Turín.

La Vecchia Signora del calcio podrá perder títulos, patrocinadores, caer a la B y salirse de la Bolsa. Un desastre. “La Juventus no tenía los medios, no tenía a la televisión. Yo no inventé esto. Es más, actué contra el que era el verdadero poder”, se defendió Moggi llorando ante los jueces, a quienes no mencionó que se estaba refiriendo acaso al Milan de Berlusconi. Por eso, Moggi no entiende por qué el diario La Gazzetta dello Sport, que hasta hace pocos meses lo trataba con reverencias, como casi todos, bautizó ahora este escándalo con el nombre de “Moggioppoli”, como si la “Ciudad de Moggi” fuera la única responsable de la corrupción en el fútbol de Italia. O en el país. “El impacto es mayor que el de Tangentopoli, porque aquel era un escándalo del poder. Para la conciencia popular es más degradante que también el calcio esté podrido”, escribió Gianni Valentini en La Repubblica. ¿Tendrán en la mente estos hechos los centenares de millones de espectadores de la Copa del Mundo?.

1 Il libro nero del calcio, fascículo especial de 428 páginas de la revista L’Espresso, Roma, 22-5-05. 2 Andrew Jennings, Foul, Harper and Collins, Londres, mayo de 2006. 3 Graham Sharpe, Free the Manchester United One, Robson Books, Londres, 2003 4 Oliviero Beha y Andrea Di Caro, Indagine sul calcio, Bur- Rizzoli, Milán, mayo de 2006.

*Periodista. © LMD ed. Cono Sur

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