TRAGEDIA EN EL DÍA DE LOS ENAMORADOS ENLUTÓ A DOS FAMILIAS HACE 48 AÑOS

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TRAGEDIA EN EL DÍA DE LOS ENAMORADOS ENLUTÓ A DOS FAMILIAS HACE 48 AÑOS

Cabeza “gacha” doña Bernarda sacaba mariscos junto a algunos de sus hijos en los roquerios de Infiernillo cuando su labor fue interrumpida por un estruendoso golpe tras oír acercarse un pequeño avión, algo común en esa época del año. Y como ese sonido era característico no era ninguna novedad, por tanto siguió como si nada sacando lapas, potos y cuanto marisco estaba cercano a sus rudas manos producto de ese trabajo.
Sus hijos a unos pocos metros de ahí, más curiosos levantaron la vista y vieron como venía desde el sur hacia ellos. En tanto el jefe de hogar, buzo a resuello estaba sumergido en ese instante cuando doña Bernarda no pudo sustraerse.
El fuerte impacto del pequeño avión al chocar en el agua y a pocos metros de las “Piedras del Lalo” levantó una gran columna de agua que ella también alcanzó a ver. Luego, vieron cómo lentamente se sumergía la pequeña aeronave hasta perderse en el mar.
Permanecían impávidos hasta que la madre llamó al mayor de sus hijos, de unos 12 años, y le dijo: “Manuelito, vaya lo más rápido que pueda donde los carabineros y les dice lo que pasó, que vengan a prestar auxilio y usted los guía hasta acá. Yo los espero”. El niño dejó de lado el pequeño “quíñimo” con algunos mariscos, se lavó las manos y salió de los roquerios, subió el barrancón entre medio de los cactus y se dirigió a la Tenencia de Carabineros.
Esta era la unidad policial que existía en Pichilemu y estaba en el edificio municipal que había sido construido en la gestión de los alcaldes Sergio Morales Retamal y de la única alcaldesa, Sra. Olga Maturana Espinoza, esposa de quien fuera alcalde en tres ocasiones, don Felipe Iturriaga Esquivel.
Desde el sector donde cayó el avión hasta el edificio municipal había una distancia de unos dos kilómetros en línea recta, distancia que Manuelito tardó poco más de 25 minutos, pues atravesó a lo derecho por los sitios eriazos, la gran mayoría de ellos.
Jadeante se presentó en la guardia de la Tenencia. Ahí un carabinero de guardia lo recibió.
– ¿Qué te pasa hijo, por qué vienes tan agitado?
– “Mi mamá me mandó avisar que cayó un avión en el mar”, respondió con voz entrecortada por el esfuerzo y sus carrerones que se dio en procura de llegar más rápido.
– ¿Dónde, cuándo, …?
– “Hace poco rato, allá en los roquerios de la Piedra del Lalo. Mi mamá dice que vayan ayudar al piloto, ella quedó mirando …”
– Espérate un poco para avisarle a mi Sargento …

El Sargento Barrera -que le gustaba lucir impecable- estaba pasando un paño a sus relucientes botas de montar que poco antes se había cambiado para dar una ronda. Y los caballos estaban listos en la pesebrera que había atrás del recinto municipal, para mantener a las bestias, el único medio de transporte en ese tiempo.
Sintió que se acercaba a su oficina el Carabinero de Guardia y le gritó “¿qué pasa Cid?”
– “Un niño viene avisar que allá frente a las Piedras del Lalo cayó un avión hace un rato …”
– Dile a Carreño que suba con los caballos y me acompañe.
Enseguida el Sargento Barrera se puso el Cinto y su arma de servicio. Tomó su gorra y salió a esperar su caballo.
– ¿Cómo te llamas muchacho? preguntó al chico que esperaba saber qué harían para devolverse con ellos o solo.
– “Manuel”, tartamudeó ante el recio timbre de voz del policía que tenía fama de enérgico.
– Bien. Tú te irás al anca con el carabinero Carreño y nos indicas dónde fue. Al tiempo que le daba órdenes al carabinero Raúl Cid. “Avísele al Alcalde Iturriaga con el carabinero Castro y después van a la Casa de Socorros. Nosotros estaremos allá frente a la Piedra del Lalo.
Rápidamente subieron al niño al caballo de Carreño y emprendieron la marcha, acortando camino por los caminos eriazos de Infiernillo, mientras los veraneantes miraban con curiosidad a los policías y el niño que les acompañaba, sin saber qué pasaba.
Era impensable en esos tiempos en una emisora de radio -como la “Entre Olas”- que enterada de un hecho noticioso o accidente informa inmediatamente de lo ocurrido.
De tanto en tanto hacían trotar los caballos cuando iban en terrenos eriazos sorteando calles polvorientas, apenas delineadas y muy pocas urbanizadas. Pero en 20 minutos estaban en el lugar de los hechos. Doña Bernarda permanecía sentada en una roca y dos hijos más al lado, esperaban ver llegar a su hijo y hermano, respectivamente, sin saber qué pasaba.
El Sargento Barrera y el Carabinero Carreño desmontaron, bajaron a Manuel y descendieron hacia la zona de roquerios, acercándose a la madre del improvisado guía.
– “Señora, cuénteme qué pasó y qué ha visto en este rato ….”
– “Cayó un avión allá, como unos cincuenta metros más adentro de las Piedras del Lalo. Yo no lo vi caer. Solo escuché el ruido cuando cayó y chocó con el agua. Mis hijos dicen que lo vieron caer. Era de color rojo y rayas blancas y tenía unas letras y números … Yo he seguido mirando pero no he visto aparecer nada”, informó Doña Bernarda.
– “Carreño, váyase por la orilla hacia el pueblo y a cuanto mariscador, buzo que encuentre, dígales lo que ocurrió y que vengan para ayudarnos”.
Debemos decir que pese a todos los esfuerzos por “hacer algo” durante el curso del día, solo se averiguó quiénes eran los tripulantes del avión: Se trataba del piloto Víctor Furnaro y el pasajero es Italo Magnolfi Vignolini.

HOTEL “ROSS”
Alfio Magnolfi -dueño del Hotel “Ross” junto a un socio- era hermano de una de las víctimas, tras reponerse del duro golpe, fue inmediatamente al lugar de los hechos en cuanto llegó a sus oídos de la caída del avión. El sabía que el único avión que había del día anterior era el cual usaría su hermano. Y en la mañana no había llegado otro de ningún lado. Así que no había dudas que el avión que había caído al mar era el mismo.
Como a las cuatro de la tarde los buzos y colaboradores locales convinieron en que era imposible buscar el aparato sin tanques de oxigeno. De tal manera que la única opción era contratar los servicios de buzos profesionales.
Es por ello que Alfil Magnolfi bajó en su Ford 57 hasta Correos y Telégrafos para informarle a familiares y éstos contrataran un barco y buzos profesionales para rescatar los cuerpos de los infortunados.
Al día siguiente, en horas de la mañana apareció el buque “Ocean Gifh” a la cuadra de la Playa San Antonio.
El alcalde de Mar de Pichilemu -Teobaldo Liberona- que ya había sido avisado por la Gobernación Marítima tomó un bote acompañado de “hombres de mar” de Pichilemu y abordaron el buque con el fin de coordinar las faenas de rescate y llegar exactamente al lugar de la tragedia; dirigiéndose hacia las inmediaciones de la Piedra del Lalo, aproximadamente una milla al sur.
Rafael Carreño Vargas, José “Castañón” Flores, Lucho “Pato” Rojas Muñoz, “Guatón” Correa, todos avezados hombres de mar pichileminos estuvieron colaborando en las faenas de rescate. Una fotografía con aquellos hombres, el alcalde de mar indicado, más el capitán del barco, uno de los dueños de la embarcación y buzos profesionales es la que “pichilemunews” guarda celosamente, para mostrarla más adelante.
Al cabo de un día de ardua labor el resultado fue frustrante: A más de 20 metros de profundidad fue encontrado parte del fuselaje de la avioneta, un Piper, con el cuerpo del piloto amarrado a su cinturón de seguridad (¿?), en tanto el asiento del pasajero permanecía vacío y el cinturón desabrochado. El cuerpo del pasajero Italo Magnolfi no fue encontrado jamás, al menos es lo que se supo oficialmente.
Sin embargo, las especulac
iones en torno a si se encontró o no el cuerpo aún perdura, pues el maletín en el cual iba guardado una gran cantidad de dinero y cheques para depositar en un Banco de Santiago, tampoco se encontró. Por cierto los cheques nunca fueron depositados, lo que era previsible, pues el solo intento de hacerlo significaba una sospecha tremenda.
¿Qué pasó realmente?
Es una respuesta que seguramente no se conocerá nunca. Es lo que hasta ahora ha acontecido a 48 años de haber ocurrido este trágico accidente, en un día como hoy -14 de Febrero- pero del año 1959.
A estas alturas, más de algún cibernauta estará especulando sobre esta historia. Y también, quizás, preguntándose por qué el nombre de las “Piedras del Lalo”.
Eso será parte de otra historia y artículo de la novela que seguimos escribiendo y que algún día -más temprano que tarde- se publicará.
Y como ya es evidente no era ésta una tragedia de amor, sino una simple coincidencia. Una coincidencia con el Día del Amor, el Día de los Enamorados, a todos los cuales saludamos, haciéndonos parte de esta conmemoración, pues aún tenemos corazón.

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