Mañana 8 de Octubre, se cumplen 40 años de la muerte del «Che».
Es muy posible que solo esta breve frase bastaría para que la mayoría de los lectores supiera de quién estamos hablando. ¡Sí!, y no solo entre quienes le tienen simpatía, sino que incluso entre quienes tienen reservas sobre la misión que desempeñó en gran parte de su vida, hasta morir en medio de la Sierra boliviana.
Aunque hay algunos criterios dispares en cuanto a la fecha exacta de su muerte, nos sumamos a quienes dan más fe al día 8 de octubre.
Sin ser un fanático de su figura, de su rol, le tengo simpatía porque él -como muchos otros en diversas épocas de la historia, en todo el planeta- se la jugaron por sus convicciones -equivocadas o no, según sea quien lo vea- y no trepidaron en ofrendar su vida por causas libertadoras.
Acaso no lo hizo así nuestro Padre de la Patria, José Miguel Carrera Verdugo, al pelear por España en tierras itálicas; no lo hizo así acaso, el mismo en tierras argentinas. No hizo lo mismo, el General argentino José de San Martín, acá en nuestro suelo. Y, posteriormente, con el apoyo de Bernardo O’Higgins encabezó la Escuadra Libertadora en el Perú. Y así, tantos otros que podemos nombrar.
Pero no queremos extendernos más, sino adherirnos al recuerdo de este guerrillero -como lo fue nuestro connacional Manuel Rodríguez Erdoiza- con dos entrevistas que hemos rescatado desde Internet, donde podremos conocer aspectos y facetas de Ernesto Guevara de la Serna y una galería de fotos que hemos preparado.
Adelante …
ERNESTO GUEVARA: UN GRAN COMBATE CONTRA EL ASMA
Por Iris Armas Padrino
Uno de los grandes combates librados por Ernesto Guevara de la Serna fue, no precisamente con las armas en la mano en un escenario específico, sino contra un mal que lo aquejó desde su niñez: el asma.
En ese reto el Che salió victorioso, porque esa enfermedad no le impidió practicar deportes, estudiar, combatir en condiciones muy difíciles, o realizar labores productivas. Significativa fue la voluntad del Guerrillero Heroico ante ese mal, iniciado a los dos años y que pudo haber sido una limitante en su existencia.
Según una anécdota de su padre, en una oportunidad contó el temor que sentía porque el hijo practicara sistemáticamente el rugby, deporte muy violento y que algunos médicos le habían advertido el peligro que constituía para su vida, puesto que era posible que su corazón no resistiera tal carga.
«Traté de convencer a mi hijo para que desistiese de la práctica de ese deporte y me contestó: Viejo, me gusta el rugby y aunque reviente lo voy a seguir practicando». El asma tampoco fue obstáculo para que el joven Ernesto Guevara emprendiera, solo, un extenso recorrido por distintas provincias de Argentina y después, en unión de su amigo Alberto Granados, por varios países de América Latina.
Asimismo no resultó una limitante para que en 1956 formara parte del grupo de expedicionarios cubanos que retornó a Cuba, procedente de México, para continuar la lucha contra el régimen dictatorial imperante en la Isla.
Una anécdota del Che afirma que el momento de mayor peligro en su etapa como combatiente revolucionario en la mayor Antilla, fue cuando en un momento determinado la falta de aire le imposibilitó moverse del lugar donde se hallaba en la Sierra Maestra.
«Cuando vi más cerca de mí la muerte «escribió el Che» fue en Oriente, en una loma de la Sierra Maestra; yo estaba al frente de la guerrilla y hostilizaba a Sánchez Mosquera. Vos sabés que este fue uno de los hombres más feroces de aquellos que estaban al servicio del ejército de Fulgencio Batista.
«Cumpliendo una misión de atacar y retirarse, cuando quise hacerlo, un tremendo ataque de asma me volteó. Viendo que no podía correr, me tiré al suelo y ordené a mi gente que se dispersase y me dejasen solo. Tuve que repetir la orden porque nadie quería moverse, pero al final lo hicieron.
«Uno de ellos, un muchacho joven, se escondió muy cerca de donde yo estaba y sin que yo supiera, esperó para ayudarme… pasaron las horas y también un par de días. Yo tenía un ataque tan fuerte de asma que creí entonces morir víctima de este.
«Se me había acabado el calmante que echaba en mi vaporizador y estaba prácticamente a merced del ataque asmático», acotó.
Como se puede apreciar, el asma fue el más temprano y sistemático de los combates que el Che tuvo que librar. El mal se estrelló ante la determinación de este hombre que supo sobreponerse a esa aparente limitación y encarar la vida con decisión y realización plena.
ENTREVISTA CON MOMARANDU
Calica, el amigo del Che
(Por Facundo Sagardoy)
¡Preparate Calica, que nos vamos dentro de un año! le dijo Ernesto hace cuarenta y tantos a Carlos Ferrer, el mismo sencillo septuagenario que días atrás presentó su libro «De Ernesto al Che, el segundo viaje de Guevara por Latinoamérica» en Corrientes.
En la oportunidad habló con momarandu y se refirió a los inolvidables momentos de su vida junto al mítico guerrillero argentino-cubano: «bien antiperonistas éramos» y «tuve que pasar muerto de miedo y a rastras por debajo de una inmensa piedra para ser su amigo».
«Esa partida tan llena de gente, con algunos lloros intermedios, la mirada extraña de la gente ‘de segunda’ que veía una profusión de ropa buena, de tapados de piel, etc. para despedir a dos «snobs» de apariencia extraña y cargados de bultos. El nombre del ‘ladero’ ha cambiado, ahora Alberto se llama ‘Calica’, pero el viaje es el mismo: dos voluntades dispersas extendiéndose por América sin saber precisamente qué buscan ni cuál es el norte», escribió Guevara, sobre Ferrer en su diario de viaje.
Una nueva aventura iniciaba para ambos aquel 7 de julio de 1953 sobre los andenes de Retiro en Buenos Aires. Esperaban el tren General Belgrano que los llevaría hacia Bolivia en lo que significaría un aventurero viaje por Latinoamérica, al final del cual Guevara terminaría convertido en el Comandante «Che» Guevara y Calica, en el velador primero de la inmortalidad de Ernesto.
Es que Carlos «Calica» Ferrer nacido en Alta Gracia, Córdoba, el 4 de abril de 1929 conoció a los 4 años a Ernesto Guevara de la Serna, un chico asmático que se instaló con su familia en esa localidad serrana a buscar alivio para su mal.
Obligado por su padre, un importante tisiólogo de la zona, a tener contacto con Ernesto, su pequeño paciente hijo del amigo matrimonio Guevara Linch y De la Serna, Calica debió corresponder afectos con «aquel muchacho inquieto en el que encontré la más fraterna de las amistades».
Actualmente Calica vive en Buenos Aires con su familia y se dedica a estudiar y difundir la figura de Ernesto Guevara.
– ¿Recordar de manera seguida a Ernesto, en presentaciones, conferencias, textos, etc. no es caer en una recurrente nostalgia como pasa cuando uno recuerda a los que se fueron?
– Pero es compartida, no es una nostalgia solitaria, sino sentida por todos los que de manera atenta creen en la vida de Ernesto. Por ello, me resulta realmente inspirador llevar al Ernesto más allá del mito a quien quiera aprender de él, difundir su vida, sus fracasos y sus victorias; verlo humano creo que nos acerca a él, que no nació revolucionario, sino que se hizo en viajes y lecturas de la realidad. – ¿Qué supones significó ese viaje para Ernesto? – El primer viaje que hizo con Alberto (por Alberto Granado, con quien el Che recorrió por primera vez América del Sur en motocicleta) fue decisivo de manera espiritual, ideológica, Ernesto mismo lo admitió en sus escritos, donde reconoce que ese viaje lo había cambiado más de lo que creí
a, pero el viaje que emprendió conmigo lo fue de manera concreta. Después de nuestra despedida en Venezuela, en donde supusimos al inicio del viaje nos quedaríamos un tiempo para marchar luego a París y vivirla a lo grande, su vida no tuvo retorno.
– ¿Cómo fue el recorrido desde Bolivia?
– Nuestra ruta a partir de ese país apuntaba a Perú, Colombia, y a Ecuador, para llegar finalmente a Venezuela. Nuestra última parada con el General Belgrano fue en la Quiaca, y desde allí pasamos a Bolivia, un país que ninguno de los dos conocíamos pero que por decisión de Ernesto fue incluido en la hoja de ruta en reemplazo de Chile, que ya había recorrido con Alberto. Así fue que arrancamos por La Paz hasta cruzar por el lago Titicaca, nuestro primer objetivo pues, desde que incluimos a Bolivia en el recorrido, soñamos con encontrar lo que vimos: ese inmenso espejo de agua en las alturas que alberga en su seno a la Isla del Sol y a las hermosas ruinas Incas, una de las espléndidas culturas que a Ernesto le faltaba admirar. Luego partimos hacia Puno, Cuzco y Lima, siempre a dedo y con ya escasos recursos. En los viajes vivíamos racionalizando o de la solidaridad de compañeros de ruta casuales. En las ciudades vivíamos del privilegio que nos otorgaban cartas que llevábamos recomendándonos como buenos invitados y nos hacían entrar en casas de familia siempre bien recibidos.
– Así fue que fueron recibidos por el ex gobernador tucumano…
– Si Isaías Nogués. Él en realidad no nos esperaba, lo conocimos en un boliche de La Paz al que a duras penas pude llevar a Ernesto. Finalmente me lo agradeció. Nogués y su hermano, un play boy, nos dieron comida de sobra y alojamiento, pero lo mejor, para mí al menos fueron las minas hermosas que nos presentaron, para Ernesto lo que vino después. Luego nos conectaron con Siles Suazo y Paz Estensoro -ambos líderes – , porque nosotros les habíamos manifestado la inquietud. Así fue que conocimos las minas nacionalizadas por los revolucionarios que en ese momento se alzaron al poder en Bolivia.
– Supongo que entrar en contacto con un movimiento de corte revolucionario significó mucho para ustedes ambos socialistas…
– Como lo digo en este último libro que estoy presentando (De Ernesto al Che, el segundo viaje de Guevara por Latinoamérica) «Bolivia en ese momento era como una mosca blanca en una América infestada de dictaduras militares y gobiernos autoritarios». Estar en Bolivia significó para nosotros aire fresco, de ese que tiene aroma a libertad. El MNR – por el Movimiento Nacional Revolucionario- se había alzado e impulsaba políticas de nacionalización de las minas y reforma agraria, aunque aún eran muy primitivas. Estar allí en ese momento representó mucho para nosotros, ver cómo una organización socialista, de la cual éramos simpatizantes, se alzaba al poder.
– En Argentina en ese momento se vivía el peronismo…
– Y nosotros bien antiperonistas éramos.
«Calica» Ferrer cuenta a Momarandu cómo junto a la barra universitaria acostumbraban entrar a bares repletos de peronistas y, ya pasados de copas, entonar canciones prosocialistas y directamente antiperonistas. «Pero el broche de oro llegaba cuando ya mal mirados por la mayoría, uno de nosotros, que generalmente era yo, gritaba a viva voz: ¡me cago en Perón!» Y entre carcajadas y brindis, cuenta, esperaba lo que ineludiblemente se vendría: una trompada peronista.
– El ser abiertamente antiperonistas fue uno de los motivos que los impulsó a buscar nuevos horizontes…
– Es que en Argentina aunque se vivía una democracia era un sistema muy duro. Yo salí de viaje con Ernesto principalmente porque con el bachiller que tenía no podía encontrar trabajo en Buenos Aires, y la única opción que me quedaba era buscarlo en el estado, y para eso había que necesariamente ser afiliado al partido, y yo ni loco me afiliaba. Ernesto fue quien me dijo que fuéramos a buscar suerte a Venezuela, donde Alberto ya estaba trabajando de bioquímico y la moneda era fuerte por la estabilidad que le daba el petróleo a la economía. Con Ernesto compartíamos eso también, el ser antiperonistas, pero es comprensible pues tanto los Ferrer como los Guevara veían a Perón como la encarnación del fascismo en Argentina. Aún así a mí las ideas políticas me seducían más. Aunque cuando pertenecíamos a la Federación Universitaria con Ernesto salíamos de pintadas contra Perón, él nunca intervino en política universitaria, mientras yo, cuando tuve la posibilidad ya era el delegado de mi curso.
– ¿Cómo continuó el viaje?
– Bordeamos la costa del Pacífico hasta la frontera con Ecuador, y llegamos a Guayaquil en medio de la guerra. Cuando estábamos ahí caímos en la cuenta de que ya no teníamos un centavo, así tuvimos que vender lo que nos quedaba y empezar a trabajar de changarines. Recuerdo a mi hermoso sobretodo vendido por 120 sucres y los últimos trajes de Ernesto por algo menos, pero bueno, en ese momento tener algo de dinero era indispensable. Ahí fue cuando nuestros caminos se empezaron a separar.
– ¿Fue un cambio de decisión brusco la partida de Ernesto a Guatemala?
– No, en realidad ambos queríamos ir. Habíamos conocido unos pibes en Guayaquil que querían ver como era el gobierno socialista de Jacobo Arbenz y se nos había pegado el lugar al itinerario. Según los planes un barco cargado de bananas los llevaría primero a Panamá y de allí iríamos a Guatemala, pero el barco no llegaba y a mí me habían invitado a ir a Quito para jugar al fútbol. Fue ahí cuando nos separamos, pero hasta ese momento no sabíamos que la separación sería definitiva. Mientras estaba en Quito, el barco bananero llegó a Guayaquil y Ernesto se fue para Panamá, luego de enviarme un telegrama avisándome de su partida.
Ya en Guatemala, Ernesto continúa con su formación política bajo la tutela de Hilda Gadea Ontalia, economista, exiliada peruana de origen indio y antiguo miembro de la Alianza Popular Revolucionaria Americana. Junto a ella conoce a «Nico» López, uno de los miembros del grupo revolucionario cubano que el 26 de julio de 1953 asaltó el Cuartel Moncada y quien lo bautizará a Ernesto con el apodo de «Che».
Inmediatamente Guevara entra en contacto con miembros del Partido Guatemalteco del Trabajo y oficia como médico en los sindicatos, participa abiertamente en política y apoya al gobierno de Jacobo Arbenz Guzmán que, en 1954 cae en manos de las tropas del Coronel Carlos Castillo Armas. Esto significó el exilio de Ernesto en México, donde fotografiando plazas, conoce a Raúl Castro.
Comunión de ideas y una química inmediata bastaron para que el hermano de Raúl, Fidel, lo nombrara médico de la expedición revolucionaria para derrocar a Batista. Los cubanos se entrenaban en quintas, y el veredicto sobre Guevara fue: «Buen nadador, buen tirador, un poco díscolo con las órdenes».
– Hay mucho de mito sobre la transformación de Ernesto al «Che», ¿vos cómo lo sentiste?
– Realmente el cambio no fue repentino ni revelador. Como dije, Ernesto no nació revolucionario, ni lo descubrió cuando llegó a Guatemala. Fue su constante indagación sobre las temáticas socialistas y un ambiente abierto como se vivía en la casa de los Guevara en Alta Gracia los que sustentaron su cambio. Realmente su ideología fue siempre la misma, sólo que cuando decidió formar parte activa de los movimientos revolucionarios fue porque supo lo que se debía de hacer para terminar con los opresores.
– Combatirlos de manera directa…
– Ya en Guatemala participó de algo similar, pero cuando encontró a Fidel encontró al líder capaz de jugarse el pellejo por la causa.
– ¿Porqué no fue a Cuba con Ernesto cuando supo que él estaba allá? – Ambos fuimos socialistas, pero a mí me gustaba más la bue
na vida y cuando me invitó por medio de Alberto simplemente no me animé. Ernesto era más firme y dispuesto que yo, desde que era un pibe. Me acuerdo lo que tuve que hacer para ser su amigo.
Aquel día, recuerda, en Alta Gracia, Ernesto, a la cabeza de su barra, una banda de menudos infantes de rodillas peladas y sucias de cinco años se aproximó a Calica y le dijo: «si querés ser mi amigo y entrar a la barra tenés que hacer una prueba de valentía».
Lo llevaron hasta una roca natural entre las sierras bajo la cual un túnel negro, húmedo y angosto se abría. «Tuve que pasar por debajo de esa inmensa piedra, a rastras. Qué flor de cagaso me agarró cuando ya estaba adentr», recuerda. «Entre las sabandijas y la piedra gigante no sabía a que tenerle más miedo, pero cuando salí quedó patente que era un valiente como los que quería Ernesto de amigos».
– ¿Que le pasó cuando supiste que había muerto?
– Me resistía a creerlo. Incluso cuando la fotografía de su cadáver en la Higuera se reveló no la aceptaba. Pensaba que era un manejo político, mediático, en contra de su figura. Ya una vez lo habían dado por muerto, y después se demostró que no era así. Rogué porque esa vez fuera de la misma manera, pero al final, como se sabe, no fue así. Ahí fue cuando me desmoroné. Jamás pensé que moriría así, que lo matarían así.
Ernesto “Che” Guevara murió el 8 de octubre de 1967 fusilado en Bolivia luego de que el grupo de revolucionarios que comandaba cayera en manos del ejército. Lo anunció el entonces del país presidente René Barrientos Ortuño, lo ordenó la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos, (CIA con sus siglas en inglés), lo ejecutó Félix Rodríguez, uno de sus agentes, exiliado de Cuba luego de la caída del gobierno de Batista.
– A cuarenta años de su muerte, ¿cómo lo siente?
– Como mi amigo, lo que siempre fue, un verdadero compañero del que estoy profundamente orgulloso por lo inspiradora que resultó su vida. A Ernesto es imposible olvidarlo, pues hoy no sólo vive en la conciencia y el recuerdo de los que lo quisimos desde la infancia, sino en los de millones que lo siguen en el mundo.