"LOS ÁNGELES NEGROS", AMORES IDOS Y EL "CHORO" SORIA

«LOS ÁNGELES NEGROS», AMORES IDOS Y EL «CHORO» SORIA

«Como quisiera decirte, lo que llevo aquí dentro ….» decía parte de la letra de aquel romántico tema de «Los Angeles Negros», una de las tantas canciones que nos hizo bailar y musitar -a aprendices de conquistadores- junto a la piel de nuestra acompañante allá por los años setenta.
¿Quién no -de esas décadas- no bailó acaso un tema de aquellos que, sin duda, eran un «plus» para avanzar a un grado superior (como diría el Rumpy en su terminología hoy en boga)?
Por estos días está en cartelera un película documental sobre el conjunto de San Carlos, que rompió en Chile -y varios países- principalmente en Centroamérica y en México, donde se radicaron definitivamente, siendo -similar a The Beatles- referentes obligados para decenas de bandas, grupos y conjuntos que fueron creadas fruto del éxito del grupo chileno.
Hoy, en el Canal 13 luego de la sobremesa pudimos ver un programa donde se recordó la trayectoria del grupo musical que -con un nuevo esquema y estilo- se impuso en los ranking latinos, lo que nos llevó a recordar hechos agradables y desagradables de nuestra etapa de estudiante -ya en la Universidad- estando en Iquique el año 1970. Y que pese a nuestra condición de estudiante, de una familia numerosa (11 hermanos) había que junto a estudiar, trabajar para ayudarse algo más y medianamente cumplir con los pagos de la pensión y otros gastos inherentes.
Así y todo, pese a las precarias condiciones en que estábamos, tenemos los mejores recuerdos de esa estada de un año en el norte, donde junto a conocer a grandes personas, amistades increíbles, amores tórridos y fugases, «enamoramientos», amigas y amigos que de vez en cuando salen al recuerdo, como compañeros de carrera u otros de la misma universidad. Es así como surgen la Gloria (la Yoyi, de Hospital), la Jéssica (iquiqueña, simpática a más no poder), la Patricia (de Santiago), un par de hermanas (donde solo recuerdo a Noelia, hermana de una polola), a la Laly (iquiqueña que estudiaba en Valparaíso y que conocí en el último mes en que estuve en esa ciudad nortina, pero que lo pasé increíble -mal y bien- antes de venirme), a Consuelo (de Punta Arenas) y a Silvia (iquiqueña, con la cual -después de casi treinta años- retomamos contacto). Por supuesto que hay más nombres, pero por no tener una relación de amistad, si bien nos recordamos de sus nombres, eran parte de nuestra vitrina preferida.
Algunas de estas amigas fueron parte de aquellas ocasiones en que disfrutamos de la música de «Los Angeles Negros» -ya en bailes públicos en sedes de sindicatos o de casas y/o departamentos de amigos comunes- y que luego de esa antesala nos llevaron a transitar por caminos más gratos y sublimes. Literalmente «Los Angeles Negros» nos ayudaron a llevar y viajar a las estrellas junto a nuestros ángeles terrenales.
Posteriormente estudiamos otra carrera universitaria -que terminamos y nos titulamos- pero de todos los años en que estuvimos, el mejor recuerdo -sin duda- está en Iquique -llamada orgullosamente «tierra de campeones»- a lo que agregamos: tierra de campeonas.

OTROS ÁMBITOS
Esa estada en Iquique -al día siguiente de llegar- nos permitió conocer también de la generosidad de coterráneos radicados en esa ciudad: la Familia Silva Pino, donde asistimos posteriormente al bautizo del primero de sus hijos. También, a un militante comunista -tremendamente querido- quien gracias a sus contactos nos permitió trabajar y ser más llevadera nuestra estada en la ciudad nortina. Ahí mismo, por avatares del destino, en el establecimiento -una Librería distribuidora, de ese militante- encontré al Teniente Dávila (quien había estado por los años sesenta en Pichilemu), obviamente con un grado superior y que años después lamentablemente fue una de las víctimas del año 1973, estando destinado en Antofagasta.
Conocí -también- al alcalde socialista Jorge Soria Quiroga en su despacho. Llevaba ilusamente una tarjeta de su colega regidor -del mismo partido- Washington Saldías Fuentealba, quien me presentaba y solicitaba un apoyo para un posible trabajo, ya que la carrera que estábamos estudiando era vespertina. Por cierto que a este alcalde no tengo nada que agradecerle …
El año 1983, estando de vuelta al norte -en la ciudad de Antofagasta- planificamos un viaje a Iquique junto a mi familia, esposa e hijo mayor. Entramos a un local para almorzar y que veo: al «Choro» Soria atendiendo. La amabilidad de su cara de dependiente -tras llevarnos el pedido- cambió cuando quisimos mantener un diálogo y le pregunté desde cuándo estaba de vuelta en Iquique. La pregunta le sorprendió y -para tranquilizarlo- me identifiqué. Le dije que era de Pichilemu y que allá había conocido a otro iquiqueño que llegó relegado el año 1974 y que había estado junto a él en Pisagua y que éste me había contado todas las peripecias posteriores a esa experiencia tras el Golpe Militar. Eso fue peor, ya que pidió permiso y se retiró a otras tareas, pensando quizás qué cosas de su interlocutor: será milico, de inteligencia, qué querrá, qué se trae entre manos, etcétera, ¿o será un ángel negro?
Virtualmente desapareció del mapa. Hasta que nos fuimos, aparte de ver a su mujer y niños -con las velas colgando- deambular entre las pocas mesas, nada más.
El año 1997, en un Congreso en La Serena, lo volvimos a ver y a saludar, pero para no incomodarlo no le recordamos ningún hecho del pasado. Caso contrario -se habría olvidado de «la gota»- y capaz que se hubiera devuelto a pié a Iquique …

NOTA: Este artículo lo escribimos hace ya varias semanas, con la idea de publicarlo, pero algo -un olvido, quizás- lo dejó traspapelado y recién buscando otros archivos, lo pesquisamos. De ahí que quizás situaciones medianamente recientes, sean ahora pasado. Producto, precisamente, de que este archivo se había quedado en un rincón …

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