REFLEXIONES Y NOSTALGIAS DE UN PROFESOR COLCHAGUINO

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REFLEXIONES Y NOSTALGIAS DE UN PROFESOR COLCHAGUINO

Hace unos días conocimos una breve, pero no por ello, significativa impresión que expresaba la nostalgia de “tiempos idos” de un colchaguino nada menos que desde la capital de Pakistán, sobre el libro que nos habla de la Historia del Ramal San Fernando a Pichilemu.
Y si bien fue corta aquella impresión, es nada más que porque no ha leído el libro, sino la nota que hiciéramos en nuestro portal, dando cuenta de lo sucedido en el lanzamiento en la ciudad de Santa Cruz.
Pues bien, acá tenemos diversas CONSIDERACIONES SOBRE EL LIBRO “HISTORIA DEL RAMAL SAN FERNANDO A PICHILEMU (1869-2007)” y la percepción humana que nos dejó este Ramal a toda la Región, escritas por el Profesor de Historia y Escritor Roberto Soto, a quien -si no nos equivocamos- conocimos durante el verano pasado estando en la Radio “Entre Olas”.
Llegó y muy caballerosamente se presentó, contándonos que tenía un programa radial en una emisora sanfernadina y nos dejó un cassete con un “demo”, el que se difundió en un domingo.
Hoy, nos ha llegado este artículo que bien vale la pena leer.
Antes, debo decir, que -quizás- también él nos tomó examen allá por los años 1962 y 1963 cuando estudiamos -precisamente- en el Colegio que él alude en su artículo, y que llevaba el nombre del Vice Párroco “José Miguel Camilo Aguilar”.
Dicho establecimiento nacido bajo el alero parroquial estaba regentado por religiosas Oblatas y duró hasta 1972.
Al año siguiente -por gestiones del alcalde socialista de ese entonces- empezó a funcionar en primera instancia un Anexo del Liceo de Santa Cruz, mientras salía la Resolución que creaba el Liceo de Pichilemu.
Pensar que, tres hijos de aquel alcalde, el año 1964 debieron “retirarse” a mitad de año del establecimiento por la “campaña del terror” que en clases hacía la propia Directora del establecimiento respecto al peligro que significaba accediera a la Presidencia del país un comunista.
Para la “religiosa”, el alcalde -aludido a cada rato- también era un comunista. Sin embargo, olvidaba señalar que el colegio que ella dirigía funcionó desde el año en que se fundó y por varios años, con las mesas, bancas y sillas que prestaba -al igual que muchos dueños de hoteles, residenciales- para que los alumnos pudieran estudiar medianamente cómodos en las salas de clases.
Situación que se subsanó cuando con “beneficios” de diversa índole se juntaron recursos para ir -paulatinamente- construyendo pupitres adecuados y ad hoc. En tanto ello ocurría, cada año escolar concluía con mesas, bancas y sillas destartaladas, que para poder ocupar en el verano en los respectivos negocios de temporada, había que repasas: clavetear, reforzar y pintar.

¡Ya!, vámonos en un viaje retrospectivo …..

Un padre con tres hijos, viudo ya que vestía de riguroso negro, salvo su camisa y su sombrero de pita blancos, se subieron trabajosamente al tren. El llevaba una gran maleta de fuelle, de cuero café. El mayor de los hijos cuidaba una canasta en donde había menestras para el viaje, que con esmero había preparado Olimpia, la empleada de la casa, sita en Rancagua esquina Junín. Luego de solucionar el problema quién se iba en la ventana, la familia Soto Aliaga, se aprestó a iniciar su viaje. Esa es la primera vivencia que tengo de mis idas a Pichilemu, cuando tenía unos cinco años, es decir, hace una friolera de 13 lustros.
Cuando fui creciendo, estos viajes en tren, también me permitieron crecer en conocimientos, ya que mi padre, como profesor de Historia, nos iba dando a conocer características y curiosidades de los sitios por donde pasábamos. Además de hacer apuestas sobre la estación que seguía, costumbre que también hice con mis hijos, conservo en mi memoria:
El orgullo que sentía cuando se refería al túnel El Árbol, ya que como se comentó, por primera vez en Sudamérica se iniciaba uno en forma simultánea por ambos lados (oriente y poniente) de la montaña, y al encontrarse en la mitad más o menos de un total de casi dos kilómetros (1.960 metros), hubo una diferencia insignificante, tres centímetros en la línea horizontal y uno en dirección vertical. Y el causante de esta obra de arte en ingeniería (recuerden que estamos hablando de 1900), fue don Alejandro Guzmán, sanfernandino y ex alumno del Liceo de Hombres.
También nos hablaba del muelle que tenía Pichilemu, que fue construido por la familia Ortúzar y quemado en 1891, por los partidarios de Balmaceda, para evitar que los terratenientes de la región, sus opositores, no pudiesen embarcar combatientes, reclutados entre los trabajadores de sus haciendas. A pesar, que luego fue reconstruido, como no ofrecía seguridad, fue desmantelado en 1912. Desde esa época todo candidato al Parlamento o Presidencia, ha ofrecido un nuevo muelle para el Balneario. Pienso que pasarán muchas generaciones ilusionadas, con esta cara aspiración.
Como nos alojábamos en el Hotel Ross, conocíamos de memoria la historia de don Agustín. Hijo de padre escoses, y a pesar de no ser colchagüino, ya que nació en La Serena, invirtió parte de su fortuna en la creación del balneario. Cuentan que en una oportunidad visitó a su hermana Juana, que tenía una hacienda en Nancagua, quiso ir a la playa, tomó el tren que lo llevó a Alcones, que era la última estación, y el resto del trayecto usó tracción animal. La belleza del paisaje y la tranquilidad de las aguas de la bahía, lo entusiasmaron a tal punto que se propuso crear un balneario al estilo de los que había visto en sus viajes. Así fueron apareciendo, hotel, casino, parque, avenida, terrazas y camino en la costanera. Todavía podemos apreciar su belleza arquitectónica, a pesar del descuido y vandalismo.
Desde el punto de vista profesional, este ramal lo ocupábamos en el década del sesenta, ya que veníamos a tomar exámenes de fin de año, al IRFE y Colegio María Auxiliadora e íbamos al Liceo Parroquial de Pichilemu. Experiencias imborrables.
A lo mejor muchos se estarán preguntando, ¿Qué tienen que ver con el libro?, esos recuerdos personales. Estimados lectores, TIENEN MUCHO QUE VER, porque en la obra que es motivo de esta publicación, a medida que uno va avanzando en su lectura, en forma automática e inconsciente, va relacionando los hechos con sus experiencias individuales. Y considero que una de sus cualidades literarias, que a lo mejor los autores no buscaron, es provocar una relación de causa y efecto: es decir, lectura y recuerdo.
Teniendo como aval mi prolongada trayectoria como Profesor de Historia y conocedor de las características de los diferentes tipos de investigaciones, les puedo aseverar que este libro es producto de un acabado y largo proceso de análisis, selección y búsqueda documental, realizada con mucha diligencia, que llama la atención. Tanto, que creo, sin temor a equivocarme, que se convertirá en una fuente de consulta obligada, para toda persona que desee estudiar en detalle los pormenores del ramal San Fernando a Pichilemu. Por ello, es que recomiendo que el Ministerio de Educación debiera tomar parte y gestionar, para que sea declarado material didáctico complementario de la enseñanza de la Historia de Chile, especialmente de la Sexta Región.
También es digno de destacar el hecho que haya sido escrito por padre e hijo. Ambos sienten con igual intensidad el cariño por el pasado, por ferrocarriles y luchan para destacar su importancia socio-económica. Y han llegado a tal comunión de ideales, que si uno conversa con ellos en forma separada, sus planteamientos y sus ideas, sus proyectos y sus esperanzas, se complementan a tal punto que es digno de las más sinceras felicitaciones. Estarán de acuerdo conmigo que es raro encontrar, en la sociedad actual
que personas de dos generaciones, piensen y actúen en tal comunión de ideales. La explicación es el reciproco cariño filial y paternal. Y ya están abocados a buscar material para seguir en la senda histórica. Bienvenido sea.
El material fotográfico es interesante y novedoso. Es nutrido y complementa muy bien a la temática que se expone. Ahora, si esta obra se reeditara, con fotos a color y de mayor tamaño, ganaría en calidad tal, que se convertiría en una joyita bibliográfica.
Quien les habla conoce de las vicisitudes y dificultades que deben afrontar los escritores de provincia. Como es digno de todo encomio el esfuerzo intelectual y económico que han realizado estos Escritores e Historiadores, merecen todo nuestro apoyo y congratulaciones. Y la mejor manera de hacerlo, es adquiriendo un ejemplar, para que puedan continuar en la senda investigativa.
Deseo agradecer a mi ex alumno del Liceo de Hombres Neandro Schilling Juan Cornejo Acuña y a su hijo Juan Gabriel Cornejo Torrealba (ex alumno del San Fernando College, a quien espero le reconozcan su gran obra realizada), por permitir que las añoranzas brotaran en mi mente, y que como una suave llovizna invadieran mi alma, dándome una sensación de paz y tranquilidad, difícil de explicar, pero es una impagable sensación espiritual.

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