TRADICIONAL FIESTA DE SAN ANDRÉS Y EL CARDENAL CARO

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TRADICIONAL FIESTA DE SAN ANDRÉS Y EL CARDENAL CARO

Una vez más, devotos, feligreses y creyentes en el santo Apóstol San Andrés, llegados desde distintos puntos de la comuna pichilemina, como de otras comunas y regiones están participando de las actividades conmemorativas en la Iglesia de Ciruelos, localidad rural a 13 kilómetros al sur oriente del balneario.
Como cada 30 de noviembre, en un verdadero rito, familias completas se trasladan hasta el lugar en medio de quebradas y bosques, para cumplir ya con una “manda” o simplemente para estar en una tradición que se viene repitiendo desde siglos.
La mayoría de quienes asisten, sobretodo la gente de campos, se aprovisiona y se prepara con días de anticipación para viajar a Ciruelos. Ocasión donde los “plumíferos” son los fiambres recurrentes, los huevos duros, ensaladas de cebollas cocidas, entre otras, y el infaltable pan amasado son la merienda preferida, todo aquello, con algunos tragullos de “mistelitas y tecito” servido -obvio- en tazas, para cumplir con la ley, que durante el día hace cumplir la Ley Seca.

DOÑA RITA
Se cuenta entre muchos otros hechos y anécdotas que, el año 1865 ó en los primeros meses de 1866 doña Rita Rodríguez Cornejo, fue partícipe del “recibimiento” de la imagen del “Santo” que venía llegando de Europa a Ciruelos, en sucesivas postas ya que el ferrocarril estaba muy lejos de la costa. El caso es que ella, en estado de gravidez, se arrodilló -como muchos fieles- a la pasada de la caravana que venía acompañando a la comitiva, ya a pié o montado a caballo, y “se encomendó al Santo” para que el hijo que esperaba -si era varón- se lo entregaría al servicio de Dios.
Así contaba años más tarde, orgullosa, doña Rita cuando el niño José María Caro Rodríguez -nacido el 23 de junio de 1866- decidió irse a estudiar para ser un “curita”.
Bien, ese niño que nació en el sector Los Valles de la Hacienda San Antonio de Petrel y cuyos abuelos eran de Quebrada del Nuevo Reino, a unos pocos kilómetros de Ciruelos, fue ascendiendo hasta convertirse en el Primer Cardenal de la Iglesia Chilena.
Y no fue fácil, pues una enfermedad lo llevó -una vez ordenado sacerdote-tempranamente a ser destinado como Párroco de Mamiña (1910), al interior de Iquique, para que pudiera seguir un tratamiento basado en baños termales.
Al año siguiente fue Vicario Apostólico de Tarapacá -con sede en Iquique- donde debió enfrentar una dura lucha con el ateísmo que -a través de la prensa local- lo tenía como blanco de sus críticas y ataques por la labor pastoral incansable que realizaba en todo el territorio pampino de su jurisdicción. Pero no solo a través de la prensa, sino de hecho, cuando empezó a organizar procesiones, fueron atacados por elementos radicales.
Pese a su bonhomía, buen trato y si bien provenía de un hogar campesino y colchaguino no era de las “chacras”; pues le dio de su propia medicina a sus detractores, en especial a uno que se escondía bajo un seudónimo y que era un ciudadano peruano. En efecto, el Vicario fundó una publicación que servía para devolver los “palos” que le daban a través de la prensa.
El 28 de abril de 1912, el internuncio -monseñor Sibilia- lo consagró Obispo de Iquique, donde permaneció trece años; siendo nombrado el 14 de diciembre del año 1925, Obispo de La Serena.
En tanto el 14 de octubre de 1939 fue nombrado Arzobispo de Santiago. El 23 de diciembre de 1945 se conoce la noticia que será consagrado Cardenal, lo que ocurre efectivamente el 19 de mayo de 1946 recibiendo el capelo cardenalicio.
Este hijo ilustre de Pichilemu falleció el 4 de diciembre de 1958 a la edad de 92 años.

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