DON ANTONIO DE PETREL, EL CASINO DE PICHILEMU Y LOS CASINOS DEL PAÍS

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Miércoles 17 de octubre de 2007
CASINO

Don Antonio de Petrel, uno de los personajes pichileminos que más sabe de la “comarca” y que fue colaborador de nuestro antecesor, el periódico “Pichilemu”, aparte de su libro “Pichilemu: mis fuentes de información” -publicado allá por el año 1990- sigue con vigor, escribiendo y dándonos -ahora- nuevos vestigios a través de su blog (Ruka Chadi).
Hacía bastante tiempo que no entrábamos y, ayer, nos encontramos con varios artículos. Entre ellos, algunos relacionados con el “Casino de Pichilemu”. Y que -con su particular estilo- una vez más insiste en probar algo, que les guste o no, a varios o a muchos, que el edificio construido por Don Agustín Ross, “no fue el primero que funcionó en Chile”.
Imposible que así fuera. No obstante, algunas personas y también autoridades repiten como papagayo tal idiotez.
Don Agustín compró sus propiedades en Pichilemu, recién en 1885. Trece años antes, estuvo en tierras pichileminas -enviado en una misión oficial- el científico e hidrógrafo Francisco Vidal Gormáz, estudiando las condiciones de la costa colchaguina, entre otras, para determinar la construcción de un gran Puerto al sur de Valparaíso.
Si revisamos la Bitácora de viaje de este marino, veremos que -cuando llegó a la costa pichilemina- habían escasas “casas” y que más bien eran “ranchos” de barro y fajina, con muros desplomados del peor aspecto y sus muros llenos de inscripciones; lo que prueba -por otra parte- que tales aposentos habían sido el Edén del descanso a algunos que en esos años llegaban a la costa a “veranear”,
Debemos recordar que la misma bitácora de Vidal Gormáz señala, también, que los habitantes le negaron la leña, “el agua y la sal” a este “forastero” que venía junto a un ayudante a hacer estudios por encargo del gobierno.
Toda esta información está en el señalado libro de Don Antonio de Petrel, desde el año 1990 en las bibliotecas, donde aparecen valiosos documentos y antecedentes que dan cuenta de la “verdad” en torno a algunos mitos.
Bien, los invito a conocer lo que nos dice Don Antonio de Petrel:
Durante muchos años se ha insistido lesamente que el Primer Casino de juegos de azar que funcionó en Chile, es el casino de Pichilemu. Hasta hoy, nadie conoce al autor de esta invención, ni preguntar por algún respaldo documental, sin embargo, aumentan los corifeos y los prosélitos de esta comparsa idiota.
Hace más de una década que reproduje en el libro, “Pichilemu, mis fuentes de información”, una noticia del periódico pichilemino, El Marino, en que anuncia la inauguración de nuestro casino en el verano de 1917. En esos tiempos nadie reclamaba la primogenitura, nadie inventó el primer casino, ni menos, los juegos de azar. Basta recordar que los aborígenes Mapuches, dentro de sus numerosos juegos, poseían varios juegos de azar y se permitían el uso de fichas para sus apuestas.
Los conquistadores hispanos, pese a todas las prohibiciones, eran jugadores impenitentes, desde el último soldado hasta el gobernador. El juego era ilegal. En la era republicana el juego continuó siendo clandestino. El único vestigio jurídico, descubierto hasta hoy, es la aprobación del cabildo de Talca, para la construcción y funcionamiento del café de Santo Domingo, el que según Francisco de Hederra, “cuya alma era el juego” y tuvo una vida de alrededor de cuatro décadas, desde 1829. La Historia de Talca, de Rafael Poblete Zúñiga, de la cual adjunto una página del original, señala, también la existencia de dicho café y el carácter que éste tenía, respecto del juego de azar. A ninguno se le ocurrió destacar la prelacía virginal del casino talquino, ni Graciano Elgart, uno de los propietarios, ellos sabían muy bien que el primero de todos fue el de Pichilemu. Todo era cuestión de tiempo, nada más.
La casi media docena de socios del Casino de Constitución, cuando fundaron dicha sociedad, crearon sus Estatutos y reglamento, fijaron las tarifas de los diversos juegos, en 1872, tampoco repararon en el lugar que les correspondía a ellos en este singular descubrimiento. Claro está, que en ese año, Pichilemu, no era otra cosa que un corto caserío del peor aspecto y con unos vecinos que le negaron, todavía, con peor modo, hasta un poco de leña, al hidrógrafo de la Armada, Francisco Vidal Gormáz.
Bueno, y don Agustín Ross Edwards, el creador del Casino de Pichilemu, el gran hombre que adquirió la propiedad, recién en 1885, donde erigió el edificio de esta guagua putativa, tampoco sabía que el parto de la primera década del siglo veinte traía consigo una estúpida marraqueta con la que comulga hasta el más humilde gato de campo.
Y si descubrimos la Pólvora, o la corrupción, ¿Qué puede pasar?
Que nos lo señale un aguafiestas, total “Ojos que no ven”.
Hay más Casino.

NOTA del EDITOR: Bueno, y tal como lo señala Don Antonio de Petrel, al concluir su interesante artículo anterior, “Hay más Casino”; pocos días después nos ilustra con “más Casinos”.

Domingo 28 de octubre de 2007
Casinos de ayer, hoy y mañana

Hablar sobre casinos de juegos en Chile, la primera idea recurrente es la existencia del Casino de Viña del Mar. Este tuvo su origen legal mediante una ley exclusiva, la Nº 283, que hizo excepción de los artículos 277, 278 y 279 del código penal.
Esta ley que crea el Casino de Viña del Mar, data del 7 de febrero de 1928, fue firmada por el presidente Ibañez y su ministro, Enrique Balmaceda. Así quedó consagrado legalmente el juego de azar que se practicaba clandestinamente, desde siempre y en muchos lugares, y Viña del Mar, por cierto, no era un lugar de excepción.
Las autoridades locales trataban el tema en una sesión secreta ya en 1913, debido que el juego era una realidad en las instalaciones del balneario Recreo, desde sus comienzos. Acudían turistas y extranjeros que pululaban por la actividad portuaria y comercial del vecino Valparaíso.
La fauna portuaria, mata el ocio y el tiempo mientras se desarrollan las largas faenas de carga y descarga de las naves, entre otras cosas, en el juego, para cuyo objeto numerosas tertulias, tablaos y trastiendas se prestan a propósito. Como aquella que funciona frente a la iglesia de la Merced de Valparaíso y que visitara doña María Graham en 1822. “Nos dirigimos a la expresada venta que se halla justo frente a la iglesia. Al principio me imaginé que fuera la casa particular de alguna amiga…” y agrega, “el juego es tan común entre la clase baja como en la mejor sociedad. Toda nación rudimentaria juega; todo pueblo de civilización refinada hace lo mismo”. “Varios juegos se practican aquí tal como en Europa y en el Oriente…”
Por aquellos años Viña del Mar era una hacienda, propiedad de un primo de José Miguel Carrera. Don Juan Antonio Carrera adquirió dicha hacienda en 1799, permaneciendo su propiedad en miembros de la familia por aproximadamente, medio siglo y luego ser vendida a don Francisco Alvares, en 1840.
En esa época don Juan Antonio Carrera, heredó un tercio de la hacienda de San Antonio de Petrel, la que vendió, en 1827 a doña Tránsito, la tercera hija del matrimonio Carrera Salinas, de modo, que esta célebre familia patriota, durante los aciagos días de la revolución independentista, poseía un fuerte vínculo con Pichilemu y Viña del Mar, a través de sus propiedades.
Cómo era Viña del Mar en dichos tiempos, nos lo cuenta María Graham, en el “Diario de mi Residencia en Chile”, anota el 14 de noviembre de 1822, “es una bella propiedad, la atraviesa el riachuelo de Marga Marga, formando un valle extraordinariamente fértil; en el pueblo, que da su nombre al riachuelo, se encuentran las mejores lecherías de la comarca”.
“Como en la hacienda se están reemplazando las viñas por siembras de t
rigo, las cubas de alambique van quedando fuera de servicio y cederán su lugar a los graneros”.
Solo en el último tercio del siglo XIX, Doña Dolores P. de Alvares, dueña de Viña del Mar, ha dado en arriendo por largos plazos, pequeños lotes de terrenos, con la condición de que sean edificadas i entregados sin gasto alguno para ella, después de vencido el término del arriendo”.
Así nace el Gran Hotel en 1874, gracias a los socios Herman Schmidt, Curcetti y Rigau. En cuyos salones se expresa públicamente en 1901. “En el casino del Gran Hotel, Jorge Borrowman propone ante cien personas la fundación del club de Viña del Mar, encontrando el eco necesario para crear la institución”.
El 31 de diciembre de 1931, se inaugura el Casino Municipal, que antes funcionara en el balneario Recreo. La apertura de la ruleta se produjo antes del año nuevo y fue la esposa del alcalde, Graciela Risopatrón de Ossa, quien lanzó la primera bolita, que cayó “negro el ocho”.
Hablar hoy día de casinos, para Pichilemu, es hablar del Casino de Santa Cruz y de la feliz estrategia de vincular Historia, Cultura y Turismo del mejor nivel.

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