35 AÑOS DEL RESCATE A SOBREVIVIENTES DEL AVIÓN URUGUAYO QUE CAYÓ EN LA CORDILLERA

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35 AÑOS DEL RESCATE A SOBREVIVIENTES DEL AVIÓN URUGUAYO QUE CAYÓ EN LA CORDILLERA

Tras la tragedia del avión uruguayo -un Fairchild- que cayó en la Cordillera de los Andes con 45 personas, entre ellas el equipo de rugby Old Christian que venía a jugar por primera vez a nuestro país, han transcurrido 35 años de aquello.
Todo -o casi todo- se ha dicho en la docena de libros que se han escrito, dos de los cuales se llevaron a la pantalla grande.
En efecto, hasta el día 6 de diciembre existían once títulos: “La verdad sobre el milagro de los Andes”, de Serge Soiret; “Vivir o morir: El drama de los resucitados de las nieves”, de Alfonso Alcalde; “San Fernando, Chile, urgente”, de Oscar Vega; “El milagro de los Andes”, de Héctor Suane; “Survive”, de Clay Blair Jr. (llevada al cine, en una producción mejicana, el año 1975); “They lived on human flesh”, de Enrique Hank López; “Vengo de un avión que cayó en las montañas”, de Alfonso Alcalde; “¡Viven!, La tragedia de los Andes”, de Piers Paul Read (también llevada al cine, el año 1999, en una producción canadiense); “Entre mi hijo y yo, la luna”, de Carlos Páez Vilaró; “Para que otros puedan vivir”, de Rodolfo Martinez Ugarte; y “The Place Where the World Ends”, de Richard Cunningham.
Eso era hasta el jueves 6, pues el viernes 7de diciembre recién pasado se presentó un nuevo libro, en San Fernando, centro neurálgico tras el rescate de los deportistas el 21 de diciembre de 1972, luego que los deportistas pasaran 70 días aislados en la cordillera en condiciones infrahumanas; salvándose solo 16 personas.
El nuevo título – “Participación colchaguina en El milagro de los Andes” -pertenece al médico Jorge Balocchi Carreño y al profesor de Artes Plásticas Pedro Marchant V.
“pichilemunews” atento a esta efeméride, les entrega una entrevista al arriero Sergio Catalán Martínez realizada por los sanfernandinos, autores del libro “Historia del ramal San Fernando a Pichilemu” -Juan Cornejo Acuña y Juan Cornejo Torrealba, padre e hijo- quienes son a la vez, amigos de Catalán Martínez. Dicho sea de paso, la operación realizada este año al arriero fue impulsada por éstos y el apoyo del Portal www.elcachapoal.cl
Leamos pues esa entrevista y posteriormente lo publicado por la Revista “Qué pasa”.
El milagro de los Andes
“Vengo de un avión que cayó en la montaña. Soy uruguayo. Hace 10 días que estamos caminando, tengo un amigo herido arriba. En el avión quedan 14 personas heridas. Tenemos que salir rápido de aquí y no sabemos cómo. No tenemos comida. Estamos débiles. ¿Cuándo nos van a buscar arriba?. Por favor, no podemos ni caminar. ¿Dónde estamos?.”
El arriero Sergio Catalán leyó dos veces la nota. Por unos instantes pensó que podría tratarse de alguna broma, pero desechó la idea casi de inmediato. La apariencia de los jóvenes era demasiado frágil, para ser mentira. Al otro lado del río San José, las enjutas figuras de Fernando Parrado y Roberto Canessa, apenas si lograban moverse, mientras agitaban sus brazos y gritaban, pidiendo ayuda.
Eran las 09,30 horas del 21 de diciembre de 1972. Habían transcurrido 70 días desde que el avión de la Fuerza Aérea uruguaya, con destino a Santiago, se extraviara con 45 pasajeros a bordo; la mayoría de ellos jóvenes de entre 19 y 25 años e integrantes del equipo de rugby Old Christian. El último contacto del aparato con la torre de control se había producido a las 15,30 horas del 13 de octubre, cuando el copiloto comunicó que la nave se disponía a aterrizar en cinco minutos más. Pero nunca llegó.
Al parecer, el oficial había hecho una lectura errónea de los instrumentos, y al salir de una densa capa de nubes para comenzar el descenso, los pasajeros pudieron percatarse que iban directo hacia una pared de montañas en lugar de la pista de aterrizaje. Protegidos por una parte del fuselaje del avión, los sobrevivientes sólo contaban con algunos chocolates, algo de vino, y muy poca ropa de abrigo para soportar los 30°C de temperatura que se registraban en las noches. Con el sistema eléctrico del aparato, lograron hacer funcionar una radio que traían y a través de la cual se enteraron, al noveno día, que la búsqueda se había suspendido. A esas alturas, los signos de desnutrición comenzaban a notarse: mareos, sensación permanente de frío, piel escamosa y apatía.
Había que hacer algo para alimentarse. Claro que tomar la decisión fue más difícil que llevarla a cabo. Y el rol que jugó en eso el estudiante de segundo año de medicina, Roberto Canessa “nacido en 1953” fue determinante. Fue él quién se atrevió a plantear, por primera vez, lo que ya muchos pensaban: recurrir a los cadáveres de sus compañeros para obtener las proteínas que necesitaban. Para convencerlos les explicó cómo la falta de alimentos iría consumiendo sus organismos. Así, todas las convicciones morales y religiosas entraron en conflicto, y hubo algunos que se negaron a comer hasta que ya no les quedaron fuerzas.
Convencidos de que la ayuda nunca llegaría y que Chile no debía estar muy lejos, al cabo de dos meses cuando las nevazones amainaron, los muchachos optaron porque un pequeño grupo abandonara el lugar en busca de socorro. Los elegidos fueron Canessa y Parrado, en vista de sus condiciones físicas y sicológicas. A las cinco de la mañana del 11 de diciembre, se inició la travesía que culminaría diez días más tarde cuando desembocaron en el sector cordillerano Los Maitenes, a 70 kilómetros de San Fernando. Esa mañana, los jóvenes divisaron a tres arrieros que se encontraban al otro lado del caudaloso río que atravesaba el lugar. Utilizando un lápiz labial, Canessa escribió una carta, se acercó a la orilla y la lanzó adosada a una piedra. En ese minuto, comenzó a conocerse “el milagro de los Andes”.
Esta breve crónica que hemos leído más arriba fue publicada en la revista Qué Pasa en el anuario especial de 1996, acompañando una entrevista de Roberto Canessa. Pero para comprender en mejor forma el real significado que esta verdadera proeza de significó queremos a continuación entregar la crónica que en los tiempos del suceso escribió la misma publicación en su edición de 28 de diciembre de 1972.
Lo que no se ha dicho del avión uruguayo
Mientras la increíble historia de los 16 sobrevivientes del avión uruguayo se acercaba a su fin con el regreso de los salvados a su patria Qué Pasa buscó la nota humana y también la técnica del desastre aéreo, así como de los dos meses y diez días de lucha contra la muerte y del sensacional rescate que fue el clímax de la odisea.
El 25, en la Casa Central de la UC, tres sacerdotes (entre ellos el director del Canal 13, Padre Raúl Hasbún) celebraron la última de las numerosas misas ofrecidas en acción de gracias por los rescatados y sus familiares. Dijo a Qué Pasa uno de los concelebrantes, el jesuita uruguayo Eduardo Rodríguez, que estudia Teología en la UC:
“Estos muchachos tienen una fe muy firme, que han madurado a lo largo del tiempo. A muchos los conozco desde hace más de seis años. Esta experiencia nos demuestra cómo Dios se une al esfuerzo humano compartido, a la ayuda mutua. Fortifica nuestra esperanza ver cómo se puede superar situaciones tan al límite”.
Para algunos de los asistentes, la misa del día de Navidad debió parecer irreal: ellos mismos, en Chile durante la infructuosa búsqueda de octubre, habían asistido a otra misa, en la iglesia de El Bosque, pero de difuntos, por el descanso del alma de los ahora “resucitados”.
En el curso de la ceremonia del 25, se leyó un mensaje de Paulo VI para los sobrevivientes, enviado al Arzobispo de Montevideo y retransmitido desde allí a Santiago.
Pormenores de la odisea
Los asistentes a la misa “rescatados, parientes, la Embajadora del Uruguay, “Belela” Herrera de Chalone” comentaban aspectos de la avent
ura. He aquí algunos poco conocidos:
– Allende llamó a la Embajada la mañana de Navidad, transmitiendo un mensaje para todos los sobrevivientes.
– Innumerables regalos recibieron aquéllos en el Sheraton, la Nochebuena, incluso una virgen de Claudio di Girolamo, firmada por él, su mujer y sus hijos.
– Durante las semanas de aislamiento, algunos cegaron por el resplandor de la nieve. Dormían apilados uno contra otro, para paliar el frío. Con el sistema eléctrico del avión -conectado por Roy Halley a la radio que traían- consiguieron hacer funcionar ésta; sí entre ellos hubiese habido un ingeniero, habrían podido armar un radiotransmisor para comunicarse.
– ¿De qué se alimentaron? El tema tabú de la carne humana es un fantasma que nadie se atreve a abordar (aunque comerla hubiese sido legal y moralmente permisible). Pero tenían vino, caramelos, mucho chocolate (comprado en Mendoza) y también, para los momentos extremos, “chicle” ¡y hasta gomina y pasta de dientes! Su primera sopa de sobre, recién hallados, fue declarada “la más rica del mundo”.
– Pese a la alegría, hay signos de postración nerviosa: “tics”, pequeños temblores. Algunos necesitan cojines para poder sentarse; apenas se les ve la carne en los miembros y los huesos se les entierran en la piel. Otros no han perdido excesivamente peso, como el hijo del pintor Páez Vilaró.

Destinos personales
Las distintas suertes de las víctimas del accidente servirían de argumento a una novela. Por ejemplo:
– Metho: (37 años) era el único industrial. Los sobrevivientes recuerdan con afecto a su mujer, verdadera madre para todos, que los animaba continuamente. Murió en el alud.
– Gustavo Nicolich: escribió un diario hasta el día de su muerte. Está ya en poder de sus padres, que mantuvieron siempre la esperanza de hallarlo vivo.
– Canessa: estudiante de segundo año de medicina, debió operar a uno de los sobrevivientes. Fue además el único que no perdió el conocimiento con el impacto.
– El líder indiscutido del grupo fue Parrado. Al volver en sí, halló a su madre muerta. Su hermana falleció a los pocos días. Parrado y un acompañante, con inmenso esfuerzo, trajeron trozos del ala del avión, desde varios kilómetros de distancia, para tapar los boquerones del aparato semidestruído y convertirlo en “casa”.
-Guido Magri: debía casarse el 14 de diciembre con la chilena María de los Angeles Mardones. Incluso estaba pedida la iglesia. Un hijo de los Embajadores de Chile, íntimo amigo de Magri, viajó a Santiago en la esperanza de hallarlo vivo. Pero murió con el impacto mismo del avión.

El rescate
Qué Pasa conversó con el comandante Jorge Massa, piloto de uno de los dos helicópteros que, en arriesgada maniobra, salvaron a los uruguayos. Massa, casado, dos hijos, ex Director del Servicio Aéreo de Rescate (SAR) y especializado en esta tarea (ha salvado a más de dos mil personas), en un principio se negaba a hablar. Aducía no haber sido el jefe de la misión (lo fue el actual Director del SAR, y piloto el otro helicóptero, Carlos García, hoy en Nicaragua en nueva misión humanitaria) y que ésta no era hazaña personal de nadie, sino un trabajo en equipo. Finalmente, se avino a comunicarnos sus impresiones sobre el rescate.
En primer término, nos hace ver que el SAR no es una institución, sino un servicio que se organiza, automáticamente, junto con denunciarse la pérdida de una aeronave, y en el cual colaboran la FACH, Carabineros, Socorro Andino, Clubes Aéreos, etc.
– Qué Pasa: ¿Cuánto puede sobrevivir una persona en un accidente aéreo?
– Massa: “Depende de muchos factores personales: estado físico y psicológico, medios de subsistencia, etc. Lo normal es que no exceda de diez días”.
– ¿Después de esos diez días se suspende la búsqueda?
– Massa: “No hay plazo fijo. En Chile -sobre todo en la cordillera, donde las posibilidades de éxito son limitadas- lo que se estila son, efectivamente diez días. Hay que considerar también los riesgos que corre el equipo de búsqueda”.
– ¿Por qué no fue hallado el avión uruguayo por el SAR?
– “Calculamos con bastante exactitud dónde debía estar. Incluso un teniente de FACH declaró, ahora , haber pasado por encima de él sin verlo. La nieve impidió la ubicación. No existe otro recurso para ello más que la vista. No hay detectores eficientes. Sí algunos aparatos electrónicos, que emiten señales de auxilio en cierta frecuencia, pero este avión no los llevaba. Los sobrevivientes hicieron señas con objetos metálicos, pero no reflejaron de manera suficiente la luz; lo mismo sucedió con las alas del avión, pese a haber quedado en un lugar relativamente abierto. La única señal efectiva habría sido el humo, pero no tenían elementos para hacerlo”.
– ¿Cómo fue la operación de rescate?
– “En verdad, tuvo bastantes riesgos. Salimos de Santiago con condiciones de navegabilidad inferiores a las mínimas, aun para helicópteros. En San Fernando quería subirse el padre de uno de los sobrevivientes, pero por razones obvias no pudimos permitírselo. Fuera de los pilotos y de dos mecánicos por máquina, iban tres miembros del Cuerpo de Socorro Andino y – desde San Fernando- un médico y un cabo enfermero. Con niebla, nos adentramos en la cordillera, hasta la confluencia de los ríos Azufre y Tinguiririca. Allí nos explicaron que los dos sobrevivientes que habían bajado estaban más al interior del Azufre todavía. Siempre con un tiempo pésimo nos metimos por el cajón del Tinguiririca hacia arriba: ni se distinguían las orillas. Finalmente, no nos veíamos de un helicóptero al otro. Decidimos detenernos y por coincidencia lo hicimos justo en el lugar desde el cual los dos uruguayos habían tomado contacto con el arriero, río de por medio. Ahora estaban con una patrulla de carabineros, al otro lado del río. Seguimos subiendo, después de alivianar los helicópteros de parte de la tripulación, pero embarcando como guía a uno de los sobrevivientes”.
– Y éste, ¿tenía mucho miedo?
– “Su única obsesión era llegar donde sus compañeros, así que no se daba cuenta del peligro”.
– ¿Cómo eran las condiciones del ascenso?
– “Malas. Había 6 ó 7 octavos (sobre un máximo de 8) de nubosidad, y cúmulos, que son las nubes más violentas y que indican fuertes corrientes ascendentes. El descenso en el lugar de la caída, sí que fue una verdadera odisea. Subíamos y bajábamos como hojas secas, por las corrientes de aire. Al fin pudimos posarnos, un patín en la nieve y el otro en la ladera”.
– ¿Y el despegue?
– “Eso fue lo peor. El tiempo siguió deteriorándose. No podíamos salir. El viento nos tiraba para abajo. Los uruguayos que embarcamos se abrazaban unos con otros, creían que ahora sí se iban a matar. Al fin pudimos captar corrientes ascendentes y pasar por arriba de un ventisquero, pero muy al ras, no más de tres metros. El espectáculo más pavoroso era ver sobresalir, entre las nubes -de repente y en forma velada- las agujas de los cerros, sabiendo que no podíamos subir más. Al llegar por fin al campamento, los tripulantes nos quedamos sin decir nada, mirándonos no más, emocionados. Porque repetir el vuelo en las mismas condiciones habría sido un suicidio. Otro instante emocionante fue en San Fernando, cuando junto a padres de sobrevivientes estaban los de otros viajeros que habían muerto en el accidente. Alegría de unos, tristeza y rostros demacrados de los otros. Se me llenaron los ojos de lágrimas”.
– ¿Ha sido éste el rescate más arriesgado de su carrera?
– “Sin duda. Y llevó doce años en helicóptero. He estado en lugares más inaccesibles, pero nunca en condiciones tan terribles. He pasado con el rotor del aparato a treinta centímetros de una pared rocosa” pero con estabilidad. Aquí el viento nos movía a su capricho, no teníamos control”
.
– ¿Seguirá en esta labor?
– “Sí, claro. Se siente temor, pero uno se sobrepone porque va a auxiliar a una persona que lo necesita. Pero no es sólo el piloto el que trabaja, es un equipo, con el mecánico y el tripulante y a veces uno solo figura como héroe”.
Y el comandante Massa se despide de nosotros. Nos dice, al partir que escribe sus recuerdos de salvataje. La única dificultad, comenta, ha sido el enojo de su mujer al leer las primeras páginas de estas memorias espeluznantes. Su segundo hijo (concluye) nació el mismo día del accidente del avión uruguayo. El no pudo estar presente: buscaba a las víctimas de la aeronave, que ahora, setenta y un día después, ha cooperado en rescatar. Hazaña que no logró el “mentalista” japonés especialmente traído desde su patria por las familias de los viajeros desaparecidos -por métodos más esotéricos pero menos riesgosos que los del SAR- ubicara el lugar del accidente.

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