NOCHES DE PICHILEMU, EL FARO, LOBERÍA DE TOPOCALMA Y "EL PELUCA"

Realiza una donación a la Enciclopedia Colchagüina para poder preservarla
NOCHES DE PICHILEMU, EL FARO, LOBERÍA DE TOPOCALMA Y “EL PELUCA”

“Noches de Pichilemu, llenas de estrellas .., que alumbran montes, valles, rocas y arena …”. Así se inicia una de las tantas canciones que, de repente, aún se oye en una tertulia de amigos y amigas o en un paseo familiar cuando ya la alegría desborda por los poros; pero no es de aquello lo que queremos recordar precisamente, sino de algo muy distinto.
Muchas veces y muchas noches caminando nuestras calles y que generalmente culminaba en la “Piedra del Pelambre”, antes de irnos cada uno para su casa, no pocas veces veíamos allá, hacia al nor oeste, cómo de vez en cuando titilaba a lo lejos una pequeña luz. Era el destello del Faro de “Topocalma”, a poco más de treinta o quizás cerca de cuarenta kilómetros por la costa.
De paso debemos decir que la mencionada “Piedra del Pelambre” (un promontorio de arenizca) estaba donde hoy está la Rotonda de la Plaza Arturo Prat. Esta era usada para ir a a presenciar los atardeceres pichileminos, sobretodo después de la hora del té (y en la noche para ir a pololear). Y obviamente, para comentar las últimas novedades o los pelambres para sutana y merengana. De ahí el nombre. Por cierto ello no erradicó esa costumbre …, de pelar, sino se esparció a todas las esquinas de la comuna.
Durante años estuvo en nuestra mente el sueño infantil y juvenil de conocer el Faro. Fue un desafío permanente el que con amigos y compañeros haríamos algún día. Sin embargo, en dos o tres ocasiones lo intentamos, pero nuestros deseos chocaban con el permiso de nuestros padres y cuando más, pudimos llegar a Alto Colorado, a las Casas de Panilonco y una vez a las casas de Tanumé. Esta última, la más lejana estaba casi en la mitad del trayecto al faro. Y la razón, era que se necesitaba permiso por más tiempo de ir y volver en el día, por las horas de caminata que ello significaba y, también, por lo peligroso del camino, el que -según pescadores o recolectores de algas- en algunos tramos había que internarse por las quebradas y subir lomajes, porque en algunos sectores el mar chocaba con violencia en los acantilados. Y para sortearlos había que buscar o “hacerse” la ruta uno mismo, lo que hacía demorar más el propósito final: llegar al faro.
Varios años después, ya egresado de nuestros estudios llegó la ocasión.
Conversando con el Jefe de Área de CONAF, el ingeniero forestal Esteban Sacristá -donde le expresaba mi interés de conocer la labor de esta institución, sus instalaciones en Tanumé (campamento y vivero de plantas)- me contestó que “ningún problema. Coordinémoslo y vamos temprano para alcanzar a mostrar todo lo que estamos haciendo”, me dijo entusiasmado. Aprovechándonos del mutuo interés, le agregué: “Y si nos queda tiempo, quizás alcanzamos a ir al Faro de Topocalma ..”.
Otro funcionario que nos oía, dijo: “Por estos días -dijo- empieza la “parición” de lobos en la Lobería que está cerca del faro”.
¿Y cuándo es eso? Le espetamos de inmediato. – “Por estos días, pero por ahí el uno y dos de Febrero es el apogeo para la Fiesta de la Candelaria”, nos contestó el nuevo interlocutor.
“Sería un viaje redondo. Mataríamos no dos, sino tres pájaros de un tiro. Es posible programarnos para el día 1 ó 2”, le dije al ingeniero.
– “A ver, déjame ver .. Tengo que ir a las oficinas de San Fernando .., hum, pero sí. El primero .., listo: dejémoslo para el día 2, pero salimos temprano. A las ocho estamos saliendo”.
Quedó a firme y una semana más o menos después hicimos el viaje.

ESPECTÁCULO
Después de casi dos horas de viaje por tierra estábamos en las oficinas del Campamento de Tanumé. Primero fuimos al Vivero Las Garzas y de ahí nos devolvimos hacia la ruta que lleva a Cardonal de Panilonco, Cóguil y Tanumé. Este último punto era parte del Fundo Tanumé que alguna vez fue, pero que ya estaba en poder estatal, quedando solo una reserva en el lado costero para sus dueños originales -los temibles Aspillaga, en su tiempo- y estas instalaciones, con decenas de palmeras en medio de enormes y centenarios pinos macros que sombreaban los caminos de acceso. Agradables por cierto en aquel verano de 1977.
Durante un par de horas nos empapamos del quehacer de CONAF y mientras el ingeniero Sacristá daba las últimas instrucciones para proseguir a nuestro destino final, aprovechamos para conocer y fotografiar el Molino y visitar a la pasada la Isla de los Novios. Cuando volvimos al recinto, unas visitas ahí en el campamento se entusiasmaron y se agregaron a la comitiva, donde iba además, otro pichilemino. Patricio Galaz, que si mal no recuerdo trabajaba en CONAF o solo fue como amigo en la aventura.
Tras cuarenta minutos de viaje entre los bosques, planicies amarillentas con algunos matorrales, empezamos a percibir el “olor a mar”, tan característico de nuestra costa. Y cuando nos detuvimos para abrir un portón que franqueaba nuestro paso, surgió algo inédito. Un ruido nunca oído empezó a ser más audible, causándonos extrañeza e interés a todos por saber qué era aquello.
Poco más de dos kilómetros era lo que nos restaba de viaje. Y del camino se dejaba ver la extensa playa y a pocos metros de la orilla, no más de cien metros, surgía una roca de unos quince o más metros, más o menos piramidal con una base pequeña que se extendía hacia la playa y al lado norte.
Esa no era otra cosa que la gran 2roca-cuna” donde estaba la colonia de lobas marinas sobretodo, en pleno proceso de parición y aquellos gritos guturales y extraños no era sino el modo de manifestar su dolor o satisfacción de parir a sus lobeznos, muchos de los cuales nos impactaron en la orilla de la playa.
En verdad -en medio de los sonidos intermitentes- el espectáculo era maravilloso, pero a la vez penoso. Habían tantos lobitos “vivos” como muertos a la orilla de la playa, algunos eran alcanzados por la resaca del oleaje y otros deambulaban por la arena seca un poco más arriba.
Pero así como habían seres vivos y muertos en la playa, sobre ellos varias decenas de aves de rapiña daban vueltas en círculo, espantados cuando el jeep bajó a la arena y se aproximó al mar. Más aún cuando bajamos cinco personas y corrimos a ver de cerca a los lobitos apenas de horas de vida, arrastrando aún su cordón umbilical.
No obstante, varios rapaces se quedaron en la arena a prudente distancia, observándonos, pero también comiendo algo ..
Grande fue nuestra sorpresa al ver -ya más cerca- a decenas de lobitos despanzurradas. Es decir con sus intestinos al aire. Unos pocos lobitos vivos con sus ojos coloreando.
Por la tarde, llegaron otras personas, entre ellos lugareños que conocían más acerca de lo que estaba ocurriendo.
“Las aves de rapiña atacan primero a los lobitos picándoles los ojos. Sin poder ver se desorientan y ahí se le tiran varias aves de rapiña encima y empiezan a picarlo hasta matarlo; lo que facilita sean presa fácil”; agregándonos: “Se puede decir que lobito que cae de la roca y sale a la playa es “lobito muerto”, nos dijo con total seguridad.
Después de aquello, en un afán por salvar a los que deambulaban, muchos se atrevieron a tomar a los lobitos de sus aletas o cola, para tirarlos al mar con la esperanza de que retornaran a la roca y al lado de sus respectivas madres.
Otros vieron cómo algunos lobitos desorientados se habían subido a otros roquerios donde estaban atrapados. Algunos de ellos fueron sacados de allí y lanzados a las aguas. ¿Se salvaron finalmente ..?
Esta experiencia -como otras- quedaron grabadas en nuestras retinas y nuestro disco duro. De ahí que nos fluye como si fuera hoy. Mas, todo eso sucedió un día 2 de Febrero de 1977.
Tal experiencia -donde Briggite Bardot fue parte de la historia- la contamos en la contra Portada del diario La Tercera en días
cercanos a la fecha. Intentamos encontrar la página, pero de guardada no apareció. Tenemos sí clarito las fotografías de aquella incursión: Una principal donde aparece un campesino sobre una roca con un lobito agarrado de la “cola” listo para tirarlo al mar, y otras dos vistas aéreas de la roca-cuna plagada por cientos o miles de lobos adultos y recién nacidos.

¿Y el Faro de Topocalma?
En realidad empezamos por el atractivo y desafío que representaba conocer el faro de Topocalma; pero -obvio- la atracción por el proceso de la naturaleza: parición de lobitos nos subyugó.
Y si bien igual nos dimos el tiempo para subir al cerro o peñón donde está instalado el faro, éste nos decepcionó. En efecto, aquella construcción que se había idealizado en nuestra mente juvenil nos mostraba una construcción cónica de varios metros de altura -como aquellos de las películas- pero grande fue nuestra decepción, pues este faro era una construcción de no más de cuatro metros de altura, incluyendo su techo. Bajo del cual estaba una ventana que lo circunvalaba de un medio metro de altura y que permitía se viera el foco interior que -en base a baterías- funcionaba cada noche. Literalmente “no tenía ningún brillo”. Aparte de ello, numerosas inscripciones de aquellos que les gusta dejar sus recuerdos.
Nos decepcionó totalmente.
Qué más podemos decir. Que en otra ocasión -ahora a través del Fundo Topocalma- estuvimos de nuevo, pero ya la sensación fue distinta y para apreciar los enormes roquerios en el lado norte, frente a la laguna del mismo nombre que desemboca en el lugar.
En aquella ocasión nos encontramos con el “Peluca” Becerra. Pescador, buzo, mariscador pichilemino que finalmente formó su familia por aquellos lares y se afincó a la orilla del mar, donde vivía feliz, alejado de los vicios como aquellos en sus tiempos de jugador de fútbol por su querido “Arturo Prat”.

Una secuencia de fotografías, de lugares y situaciones mencionados, podrá ver haciendo clic aquí.

Total
0
Shares
Publicaciones relacionadas
Realiza una donación a la Enciclopedia Colchagüina para poder preservarla
error: Content is protected !!