EL EDIFICIO DEL EX CASINO EN SUS CASI CIEN AÑOS DE VIDA
– Durante este mes –el día 20- se cumplen 82 años de la muerte del hombre que transformó la fisonomía natural del “bosque pequeño”, dándole un status que difícilmente hoy podría alguien atreverse a invertir.
La historia del edificio del ex Casino de Juegos desde que entrara en funcionamiento en el año 1909, luego de tres años de su construcción, siempre estuvo de una u otra forma ligado al comercio y esparcimiento, pese a que el objetivo inicial fue dotar de más servicios para los exclusivos clientes del Hotel Empresa “Pichilemu” que creara don Agustín Ross Edwards, como parte de su gran obra balnearia.
Y aunque no se crea, tras el frustrado intento de don Agustín Ross de convertir a Pichilemu en un GRAN PUERTO y de hacer llegar el ferrocarril bordeando el estero Nilahue y no, por donde llegó finalmente.
En efecto, el olfato del multifacético empresario, político, diplomático, economista y parlamentario, era construir en Pichilemu una alternativa al Puerto de Valparaíso. Es por ello que junto con adquirir el Fundo Pichilemu, donde estaba La Posada de propiedad del menor Juan Esteban Torrealba Maturana, a quien compró a través de su tutor, se dio –primero- a la tarea de desarrollar su proyecto portuario. No obstante, diversos obstáculos de la naturaleza y –de sus oponentes que veían amenazados sus intereses ante la nueva alternativa portuaria- y a la “pérdida” de los planos del proyecto ferrocarrilero –que se discutía en el Congreso- desaparecieron misteriosamente en un incendio.
De ahí que, don Agustín Ross debió –sobre la marcha- recapitular y emprender en Pichilemu una obra balnearia con todas las comodidades y lujos capaces de seducir a la aristocracia chilena. E, incluso, a los mendocinos.
Así con su equipo empezó a proyectar una remodelación de la antigua Posada. Más aún, una construcción adosada que –para la época- era gigantesca, con aposentos para sus clientes y además, instalaciones ex profeso, para sus nanas y personal asistente de las familias que se venían prácticamente por toda la temporada de verano. Literalmente “se venían con camas y petacas”. Obviamente no precisamente esos mobiliarios, pero sí con baúles y maletas con el vestuario necesario que era menester en esos tiempos.
Todo estaba pensado: caballerizas para los caballares que algunos clientes traían para sus paseos. Incluso para salir de caza.
Su personal estaba constituido por profesionales venidos de afuera, incluso en los primeros tiempos un cocinero francés –según recuerdan crónicas de la época- peluqueros, barman, jardinero japonés. En fin, personal preparado para cada uno de los servicios.
Cuando concibió el edificio anexo –conocido después como el Casino, porque allí funcionó uno de los primeros en el país a partir de 1917- éste fue ideado para ser sede del servicio de Correos y Telégrafos, un surtido almacén con los productos importados de “un cuanto hay”. Y en el segundo piso, dormitorios para el personal que trabajaba en las diferentes funciones en toda su obra balnearia. De ahí se explica la gran cantidad de dormitorios singles con que contaba la construcción.
Pero, quizás por propia solicitud de sus aristocráticos clientes fue que don Agustín Ross, el año 1917, entregó en concesión el edificio para que un ciudadano argentino –Alfredo Master- explotara esas dependencias como Casino, aunque en el país estaban prohibidos los juegos de azar y solo podían actuar como tales, solo por casos excepcionales cuando “el producto de esos juegos” iba destinado a obras de caridad, a las obras benéficas de las Hermanitas descalzas, y una serie de instituciones que lograban –a través de una autorización del Intendente- para que funcionaran.
Para que estamos con cosas, durante cada temporada sobraban los “beneficios” para instituciones y en la práctica funcionaban con una regularidad sorprendente.
Quizás fue ello lo que motivó al cabo de tres lustros aproximadamente, para que los viñamarinos –con más influencias- hicieran lo que hoy se llama lobby y consiguieran que se legislara para crear una ley de casino de juegos para Viña del Mar, en forma exclusiva, dejando a todos los demás fuera de la ley (aunque, digámoslo, se hacía tabla rasa de la ley que prohibía los juegos de azar).
ESCARCEOS Y ZANGOLOTEOS
Tras esa prohibición y ya fallecido don Agustín Ross –el 20 de octubre de 1926, meses después de que el ferrocarril llegara a Pichilemu a principios de ese año- la Sucesión Ross vendió el edificio y terrenos aledaños a don Luis González Osorio, quien empezó a explotarlo como Hotel “Casino”. Posteriormente, ahí funcionó en la década de ’60 y ’70 la Discotheque “La Caverna”, en los subterráneos que están al lado poniente, paralelos a la calle Evaristo Merino. Y a mediados del ’70 durante varias temporadas funcionó la Boite “Carmelita” en su salón principal, anexo de Rancagua y Machalí. También, en otro sector, funcionó una Peña y el grill bar WA-NA, entre otros establecimientos bailables, en cuyo funcionamiento más de un escarceo y zangoloteo se dieron muchos pichileminos de esos años, donde más de una anécdota conocimos y también protagonizamos.
CENTRO CULTURAL
Pero todo cambia –y para mejor- destinándose ahora el edificio del ex casino para que sea usado como un gran centro cultural; rescatándose de paso una obra que por años fue presa de la desidia –en poder privado y luego municipal a partir del año 1995- hasta que tras muchas inquietudes planteadas –con harta presión de por medio, en momentos en que la carreta no avanzaba- finalmente se logró el apoyo gubernamental para acudir al rescate del edificio que desde el año 1988 había sido declarado Monumento Nacional.
Más de 620 millones de pesos se han invertido (proyecto arquitectónico y obras), aparte de una inversión del Fondart en el año 1996 para la habilitación de la Sala Agustín Ross, la que durante los últimos años ha servido para múltiples exposiciones de pintura, escultura, teatro, lanzamiento de libros y centenares de reuniones.
Queremos recordar una de estas reuniones. El año 1997 el Club Aéreo de Pichilemu logró ser sede de la 50 Asamblea Anual de la Federación Aérea de Chile. Solicitamos la Sala “Agustín Ross” para realizar allí la asamblea, imponiéndonos el compromiso de dotar de servicios higiénicos –para damas y varones- que no estaban funcionando. Se adquirieron artefactos sanitarios y se les entregó al municipio para que –con personal municipal- se procediera a dotar de esa infraestructura imprescindible para todo tipo de eventos culturales, artísticos y sociales.
Un regalo que permitió todo lo que siguió de allí en adelante y que se inauguró con la visita de más de un centenar de pilotos civiles de todo el país que asistieron a la cita en Pichilemu.
En un par de meses más, Dios mediante, el edificio –ya restaurado completamente, remodelado y habilitado para los fines culturales- será inaugurado en medio de la alegría de la comunidad que verá recuperado uno de los edificios que son patrimonio histórico y arquitectónico de un balneario que busca limpiar su nombre y, sacudido de la impudicia, volver a caminar hacia un futuro mejor.