UN CHILENO QUISO SER PIONERO EN EL ARTE DE VOLAR
En el mes de septiembre pasado, en un artículo relacionado con proezas a nivel mundial en el campo de la aeronáutica, aludíamos a que nuestro país ha estado desde sus inicios vinculado en hechos e hitos de ese tipo.
Y dentro de ellos, al pasar, mencionamos el caso de un hombre –de nuestra Región de O’Higgins- que en el pasado pasó a engrosar de alguna manera, sino en el lugar donde están aquellos que alcanzaron gloria y laureles, en el anecdotario de la aeronáutica chilena.
En la ocasión –por no tener a la mano la información- no la pudimos precisar. Pero sabíamos de lo que hablábamos, pues hace veinte años –como editor general y redactor de la Revista “Chile Aéreo”- publicamos una crónica que, a su vez, fue publicada hace 72 años por un periódico sanfernandino, ya desaparecido.
Como una prueba de reafirmar lo que informamos, los invitamos a leer aquella crónica, relatada con un singular estilo, no obstante, el título nos pertenece:
¿ALAS DELTAS DEL SIGLO XIX?
Por O.E.G.R. – “El Heraldo” de San Fernando – 14 de Octubre de 1936
(Reproducido por la Revista Chile Aéreo, en el Nº 287 y Nº 288, de Octubre de 1988).
“Si Leonardo da Vinci, en las postrimerías del siglo XV, inventò un aparato en el cual se podía volar; en Chile a fines del siglo XIX el Sr. Colina Labarca, vecino de Aguas Claras, Rengo, ideó con igual fin otro objeto.
Colina Labarca estudió en un convento Dominicano y salió de allí con más corona que sabiduría, y desengañado de la vida del claustro pretendió recompensarla engañando a sus semejantes. Con gran ahínco se propuso resolver el arduo problema de elevarse en el aire como cualquier pajarraco.
“Por qué se decía, el chercán, un miserable pajarillo puede dominar el elemento gaseoso, y el hombre, rey de la naturaleza, no puede hacerlo?”. Así se pasaba los días en claro y las noches de turbio, estudiando la mejor forma de despejar esta incógnita.
Valiéndose de una infinidad de aves que tenía encerradas en una pajarera, las fue estudiando de una en una analizando su forma de volar, su paso, sus alas, etc. Hasta que un día creyó encontrar su sueño dorado.
El Tiuque era el ave que mejor podía servir de modelo por su despectiva y tranquila manera de volar. Así fue como descogotándolo sin compasión, le sacó sus dos alas, calculó sus dimensiones y formó la relación superficie-peso del cuerpo.
Luego se dio a la tarea que le había desvelado tantas noches, y con una armazón de coligue y gran cantidad de plumas de tiuquese fabricó unas enormes alas en relación a su propio peso.
Cuando consideró que todo estaba listo, fijó la fecha para el primer ensayo de su gran descubrimiento, y que naturalmente anunció a todos los vecinos quienes se dieron cita para presenciar tan feliz acontecimiento que daría honra y prez a los hijos de tan ilustre tierra.
El 4 de octubre de de 1894, día de San Francisco de Asís y cumpleaños de Colina Labarca, los terrenos de su finca se hicieron pequeños para contener al numeroso público que deseaba presenciar el acontecimiento. No cabía un alfiler.
Apareció Colina Labarca vestido ceremoniosamente con un hábito dominicano y un par de monstruosas y plumíferas alas. Sus coterráneos lo recibieron con una colosal manifestación de entusiasmo y en el acto comenzó a trepar por una escalera que tenía afirmada en el granero junto a un corpulento nogal. Allí se puso las alas que le dieron al momento la apariencia de un enorme ganso, y después de quitada la escalera, a manera de graznido, gritó – “Por Dios y Santa María” …. Y corriendo se lanzó al espacio …!
Una enorme quebrazón de ramas fue el elocuente resultado del gran descubrimiento, porque Colina Labarca en vez de elevarse como un tiuque, en forma tranquila y despectiva, se vino abajo con gran estruendo quedando encajado milagrosamente en una rama de nogal, como cuenta Ercilla lo fue Caupolicán en una quila. Y así terminó a fines del siglo pasado, tal vez, la primera tentativa en Chile y América, de volar con un objeto más pesado que el aire”.