RECUERDOS DE INFANCIA: LAS PERDICES Y EL “DÍA DEL NIÑO”

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RECUERDOS DE INFANCIA: LAS PERDICES Y EL “DÍA DEL NIÑO”

– No solamente de juguetes viven los niños y son felices, sino también gozando de cosas simples de la vida.

Mientras leíamos la prensa de hoy, una preocupación no nos dejaba concentrarnos en la lectura, pero de pronto todo cambió al pasar a una página y leer un interesante artículo sobre la crianza de aves –llamadas exóticas, por algunos- pero se trataba de la perdiz; aves que en nuestra niñez sobretodo saboreamos en muchas ocasiones en nuestra familia, acompañadas de arroz, puré o papas fritas … ¡Humm, que delicia!

¡Ya! –nos dijimos- este será el tema para hablar de los “reyes y reinas de la Casa”, los bajitos que mañana domingo están celebrando el “Día del Niño”.

Claro, ¿por qué no hablar de nuestra niñez aunque sea auto referente? Si somos a fin de cuenta –o fuimos- parte de una numerosa familia de modesta clase media, como la mayoría de este país, donde con todas las privaciones habidas y por haber salimos adelante con el esfuerzo de nuestros padres que en la mayor parte del tiempo dependían de su negocio de temporada: la primera Fuente de Soda que conoció el balneario de Pichilemu, allá por el año 1952, en la esquina de Avenida Ortúzar con Federico Errázuriz.

En efecto, la Fuente de Soda, bautizada como “Café Caribe” estaba a unos pocos pasos de la otrora famosa Piedra del Pelambre (hoy donde está la Rotonda de la Plaza Arturo Prat), a pocas cuadras de la playa y con una vista espectacular hacia la playa principal: San Antonio, que se extendía desde el sector La Terraza hacia el norte por casi seis kilómetros sin rocas de por medio.

Según los recuerdos de mi madre, que tenemos la suerte de tenerla con vida, el Café Caribe fue una sensación desde el primer momento. Todo era distinto a los negocios de ese tipo en ese entonces en Pichilemu. “Vendimos el Restaurant que teníamos en Santiago y nos vinimos a Pichilemu, mi tierra natal. Estabas tú, de un poco más de un año y Toño de pocos meses. Tú padre compró maderas en Santiago y con tu abuelo Eduardo construyó mesas, pisos, mesón y estanterías que contrastaban con lo que se conocía en ese tiempo. Luego de hechas, las barnizó y los bordes los pintó con pintura esmalte “verde” loro. Y el compadre “Neno Urzúa –que trabajaba de chofer en el Fundo “Los Robles- nos trasladó todo desde Santiago a Pichilemu”.

¿Y por qué se hizo tan popular el negocio?.
–  “Bueno, porque teníamos jugos naturales que se preparaban en el momento con toda clase de frutas de la estación. Además, habíamos comprado una máquina para fabricar helados y se nos hacían pocos, pues llegaba gente a tomar Copas de helado y se quedaba a tomar onces que en esos tiempos era “sagrada”. Las familias de veraneantes después de almuerzo bajaban a la playa de enfrente y poco antes de las cinco subían. Unas directamente a nuestro local. Y la mayoría al local del lado nuestro donde estaba la oficina de Correos y Telégrafos. En esos tiempos el Tren llegaba a las 15 horas y después de clasificar la correspondencia y dejarla en las casillas contratadas, un empleado de Correos empezaba a “vocear” los nombres de los destinatarios y ahí en unas aglomeraciones –a veces de cientos de personas- se iban entregando las cartas. En esos tiempos, de la década de los años ’50 ni siquiera se soñaba con teléfonos. De hecho el primer teléfono público recién llegó a Pichilemu hacia finales de la década del ’60”.

–  Y aparte de helados, onces, ¿qué más se vendía?
–  “Como ya decía, también muchos jugos naturales, leche con plátano. En esos tiempos las bebidas que habían eran tres o cuatro. No como ahora. De esos tiempos recuerdo la Bilz, Papaya, la Orange Crush (que venía con grumos de naranja), Bidú y la Coca Cola. Bueno, también estaba la Malta y Pilsener. Pero el “boom” era la leche con plátano. Toda la leche que encargábamos en esos tiempos se nos hacía poca. Más o menos vendíamos 60 litros diarios. Debíamos tener más de una proveedora que venían diariamente desde la Quebrada y otros lugares a dejarnos tarros y tarros de leche “recién sacada de la vaca”; la que teníamos que cocer en la casa, y luego llevarla al negocio. Se vendía tanto preparada como leche con plátano como en la tarde para el café y té con leche, acompañada con tostadas. Y en los helados se usaba mucha leche. Muchas personas que esperaban al lado la correspondencia se “tentaban” y pasaban a nuestro local atraídas por el olorcito a “churrascos, carne mechada, a pan tostado y de la mantequilla de campo” que tú padre mantenía por cajas que desde Fundos cercanos al ramal le enviaban por el tren.

–  ¿Recuerda a clientes de esos tiempos?
–  “Carlos Echazarreta venía de jovencito desde el Fundo “El Puesto” junto a primos y amigas, todos los días. Llegaban a caballo. Según decían, venían al Correo, pero eso era una “excusa” para pasar a tomar jugos, helados y después a comer “churrascos”. Era uno de nuestros mejores clientes de entonces. Como también todos los hijos de don Fortunato Bobadilla y la señora Sara Acevedo que trabajaba en el Correo. A todos ellos los conocí de niños y eran fanáticos de los jugos, de la leche con plátano y de los pasteles que nos hacía la señora Olga Maturana, nada menos que la esposa de don Felipe Iturriaga, alcalde por varios períodos.  

–  ¿Era tan cierto que tenían a varias garzonas para atender
–  “Claro que si. Al principio empezamos prácticamente solo tú papá y yo; pero nos veíamos muy alcanzados y terminábamos agotados, así que al otro año ya tuvimos que contratar a personas hasta con turnos …”.

–  ¿Y quiénes, por ejemplo?
–  “Uff … Son tantas las chiquillas que trabajaron con nosotros. Por ejemplo: Raquel Poblete, Clara González, Alicia y Norma  Saldías, sus tías. Posteriormente, las hermanas Galáz Elóz: María y Paulina; Graciela Gómez, Carmen Morales, Adriana Becerra, Gabriela Vargas, entre otras.
Todas ellas después se cazaron. Seguramente todas son abuelas, aunque la Paulina es la única que no se casó, según recuerdo. Y todas, en general, felices “comiendo perdices” como decía tu abuelita Zoila”.

PERDICES
Hoy, parte de la prensa –como dije al comienzo de esta crónica- trae un artículo sobre aves exóticas, que en Chile está siendo un excelente negocio y de enormes proyecciones en mercados mundiales. Se trata de la crianza de perdices, un ave común para la gente de provincias, como nosotros.
Comerse un plato de perdices en un restaurante de lujo, donde es posible comerlas hoy, cuesta nada menos que ocho mil pesos. Un ave en pié, 30 mil pesos más IVA. Ello –según explican sus productores- por cuanto “no tenemos tantas como para entregarlas a un precio más competitivo”.
Qué diferencia con treinta o más años atrás. Nos hartábamos de perdices, codornices (más caras aún, si se comercializaran), tórtolas, patos liles, entre otras aves silvestres, y que eran cazadas por nuestro propio padre, cuando éste salía a cazar con Enrique Dinnen, Salvador Guajardo, Sergio Morales, Saúl Díaz, Osvaldo Vidal, José Miranda, Oscar Rojas, entre otros.
En más de alguna ocasión, siendo niños, junto a mis hermanos Antonio y Patricio, que me seguían en edad, tuvimos la ocasión de ser testigos de esas jornadas; mientras ellos cazaban y se dispersaban en busca de las bandadas de pájaros, nosotros premunidos de “unto” nos abocábamos a buscar pencas y tallos que comíamos tantas como las que traíamos de vuelta a casa; donde mi madre –después- cocía los tallos y nos servía entrada de tallos, ya con mayonesa preparada por ella, o por nosotros, o con salsa verde. Toda una delicia al paladar. O también, fritos de tallos acompañados de puré (otra exquisitez de antaño).
En otras ocasiones, cuando los lugares eran más cercanos, acompañábamos a nuestro padre a cazar. Y ahí era él con cuatro de sus 5 hijos hombres. Pero todo aquello fue hasta que en un potrero –frente al Cementerio local- que aún tenía la paja de trigo en pié. Cuando decidió internarse en el lugar, la advertencia de nuestro padre fue: “Todos deben ir detrás de mí, en fila “india”, cayados sin conversar. ¿Oyeron?”, fue su orden sin darnos explicaciones de porqué tenía que ser así. Y empezamos sigilosamente a seguirlo hasta que en mitad del potrero, de pronto el aleteo de una perdiz pone en posición de disparo a mi padre. Apunta y empieza a seguir con la escopeta apuntándole a la perdiz y dispara; pero la perdiz al emprender el vuelo, voló en el sentido inverso de nuestra marcha y la orden de nuestro padre –de mantenernos en fila india- ya se había olvidado. Y nuestro hermano Eduardo el más chico de los cuatro estuvo a centímetros –quizás- de recibir un perdigón del disparo.
Aparte que la perdiz se “salvó”, y también nuestro hermano; nosotros no nos salvamos de la empapelada de garabatos que nos dio nuestro padre por el tremendo susto que pasó. Ya más repuesto y aún con la cara más blanca que una sábana, nos decía: “Entienden ahora porqué les dije que tenían que venir tras mío en fila india y sin hacer ruido”. Hasta ahí no más llegó esa jornada de caza y nunca más nos volvió a llevar a “cazar”.
No obstante a que no guardamos ninguna fotografía de esas jornadas, porque en esos años no cualquiera tenía una máquina fotográfica. No memos cierto es que aquellos recuerdos los mantenemos en nuestra mente y el corazón y los valoramos como el más bonito juguete o tesoro.
Si bien no recordamos muchos juguetes de esos tiempos, esos episodios –como otros- son los más hermosos recuerdos de esa infancia pueblerina.
Hoy en cualquier familia –de todo nivel- los recuerdos apuntan más a los juguetes que han tenido y que sin ninguna duda que los han hecho felices; y sus padres a la vez –al verlos felices- más que satisfechos . …

Finalmente, para ser completamente sinceros, una cosa más queda por recordar: Algo de aquello había que no nos gustaba. Era llegar a la casa cansados –después de kilómetros y kilómetros de caminar a pié por los potreros- y más encima, antes de acostarnos todos los hermanos, incluidos los que habían quedado en casa, debíamos “desplumar” docenas de tórtolas, y otros ejemplares, producto de la jornada de caza. Verdaderamente era un suplicio, que debíamos cumplir con mucho cuidado, pues si arrancábamos las plumas muy rápidamente o con más fuerza de la que correspondía, dejábamos al plumífero sin su piel y eso nos reportaba otra sarta de retos por hacerlo de “mala gana”.
Ah, pero al día siguiente y dos o tres más, todo era olvidado, cuando al almuerzo estábamos degustando los ejemplares cocinados como solo sabe prepararlo nuestra mamá.

FELIZ DÍA NIÑOS
No queda otra cosa que saludar a los niños y niñas en su día. No ya a nuestros hijos, sino a nuestros nietos, o a nuestros sobrinos que por aquí y por allá viven su infancia. O algunos más mayores que –casados o no- incursionan o van en busca de experiencias de vida.
Sin duda que los tiempos siguen evolucionando, para bien o para mal. Inexorablemente …..    


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