NOS MOVEMOS Y HACEMOS AGUA POR LA IMPROVISACIÓN E INCAPACIDAD, QUE POR EFECTOS DE LA MADRE NATURA

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EN LA
FELÍZ COPIA DEL “EDÉN”

NOS MOVEMOS Y HACEMOS AGUA MÁS POR LA IMPROVISACIÓN E
INCAPACIDAD, QUE POR EFECTOS DE LA MADRE
NATURA

–  “Los Tsunamis no matan”, un
interesante artículo del destacado arquitecto Rodrigo Vidal Rojas.

–  “Reinventar, educar, diseñar,
construir. Son las cuatro tareas de todos, donde el Estado y sus ministerios de
Planificación, Educación, Vivienda y Urbanismo y de Obras Públicas deben asumir
un rol protagónico. Pero no reconstruyendo, sino repensando nuestro territorio
a partir de una cultura que incluya nuestra realidad telúrica. Para que nunca
más los tsunamis vuelvan a bañar de luto nuestro hermoso litoral por culpa de
nosotros mismos”, señala el profesional en parte de su artículo.

Una condición “sine quanon” es que –para que haya un
tsunami y/o maremoto- es que –primero- se haya producido un terremoto sobre los
7,0 grados escala de Richter, con epicentro en el mar. Esto lo sabe hasta un
niño de 5to. año básico –menos altas autoridades de gobierno y de la ONEMI- quienes se tuvieron
que ir reprobando una crucial asignatura de su función en la cual eran pagados
por el Estado de Chile.

La gravedad de este resultado fue mayor por su
ignorancia, su ineficacia, su inoperancia, irresolutos, con una evidente falta
de procedimientos claros y agréguese a eso descoordinaciones aberrantes entre
uno y otro servicio del aparataje gubernamental, donde se vio que algunos
organismos están creados “de adorno” pero que a la hora de los “quiubos” son
inoperantes.

No los vamos a nombrar, aunque si los nombramos
–quizás despierten- y solo ahí se pongan a defender como gato de espalda. A
deslindar responsabilidades, como ya lo hicieron ex autoridades y ex
funcionarios de gobierno.

Al entrar a analizar algunos aspectos, no deja de
producir una tremenda indignación el recordar que durante 20 años estuvimos
escuchando a una gran cantidad de políticos a hacer gárgaras con la palabra
“regionalización”. Prácticamente todos los candidatos presidenciales –en estos
veinte años tras el retorno de la democracia- contemplaron la
“descentralización”, la “regionalización”. Pero quienes llegaron al poder muy
pronto se olvidaron de ello. Y aunque no faltarán los que digan que se avanzó,
diremos sí, a paso de tortuga. El resultado está a la vista …

¿Se hace necesario o no que cada región tenga la
capacidad –independiente del poder central- para actuar, al menos en las
primeras horas, e ir en ayuda, socorro y auxilio de quienes están en las zonas
siniestradas?

¿Serán capaces los actuales legisladores, tendrán la
capacidad, para darse cuenta, que tienen que preocuparse de lo esencial y no de lo
suntuario?

¿Las autoridades de Gobierno tendrán la visión de
preocuparse de lo “de adentro” y no de tener y mostrar una “máscara” de un país de ligas
mayores, cuando realmente nos falta una enormidad para ello?

¿Serán capaces de propender a generar fuentes de
trabajo, de mayores y mejores oportunidades, de realmente mejorar la educación
y nuestros servicios de salud. Y no a seguir “mal acostumbrando a las familias
solo a punta de bonos”. A que la riqueza del país sea equitativa y
no se vaya solo a los empleados de las cupríferas, por dar solo un ejemplo. Y
que exista algún ente capaz de parar el despilfarro de recursos que sus
directivos –de confianza del Presidente de la República- que entregan
miles y millones de dólares a organizaciones e incluso, a particulares, a pito
de nada, sino solo por ser proclives al gobierno de turno?

Por otra parte, si bien creemos que las fuerzas
armadas deben tener un poder disuasivo, y sin duda que lo tienen sobremanera;
pero asalta la duda, cuando vemos que –pese a que se dijo que los aviones
estaban listos para despegar dos horas después del terremoto, o que las tropas
(tras una tardanza increíble, por la indecisión del poder político) estuvieron
en la zona en escasas horas- hay debilidades que hacen sospechar de la eficacia
ante distintas y eventuales emergencias.

¿Dónde habrían aterrizado aquellos aviones, tras
despegar, si no saben qué grado de seguridad de que la pista donde se posarán
está en condiciones de ser usada, si las comunicaciones estaban TOTALMENTE
cortadas, pese a la alta tecnología de la cual están provistas las FF.AA. Y
como ellos mismos han afirmado que los aparatos convencionales no los tenían en
uso (o están dados de baja), y sus pilotos no podían acceder a sus puestos?

Sabemos que se dispone de aviones, como los Twin
Otter, que pueden trasladar personas y pertrechos y que por su configuración
están preparados para despegar y aterrizar en improvisadas “pistas”. Pero ello
en condiciones normales, cuando se sabe a priori que el terreno –aunque sean
doscientos metros- están libres de obstáculos y/o grietas, fisuras, y que es
seguro operar en ese espacio o superficie.

Es imposible no preguntarse, ¿los regimientos del país
no tienen cada uno hospitales de campaña, o siempre que ocurra una situación
similar estaremos esperando la solidaridad internacional para atender a las
víctimas, a los heridos?

¡Bien!, podríamos seguir haciendo preguntas, en muchos
otros aspectos. No obstante, por ahora, éstas ya son suficientes. Y dejaremos a
continuación, tiempo para que lean un artículo realmente interesante –desde la
perspectiva de un destacado profesional de la USACH, a quien conocemos y vimos participando en la Comisión Regional
del Borde Costero de la Región
de O’Higgins, hace ya más de una década. Es decir todo este tiempo en que las
AUTORIDADES REGIONALES HAN perdido en pajas y más pajas, sin tener la decisión
de aplicar lo que los estudios de equipos interdisciplinarios recomendaron para
el “uso del borde costero”.

Cabe señalar que, en ese tiempo, las autoridades se
jactaban –con mucho orgullo- que la
Comisión del Borde Costero a nivel regional era la primera en
constituirse y estar trabajando para estar preparados para “el futuro”.

Lo que no dijeron si era el futuro del tercer milenio
o no sé cuanto.

Estamos juntando material para darles los “palos” a
aquellos responsables. No a quienes “voluntariamente y sin sueldo” durante
todos estos años han participado aportando con ideas, etcétera, sino a todos
aquellos funcionarios pagados (cómo no) y sin que hasta ahora se vea el
resultado de la “pega ni paga”.

Ya, ahora sí vamos a ese artículo publicado en un
medio de comunicación santiaguino:

Los
tsunamis no matan

Por Rodrigo
Vidal Rojas

Reinventar,
educar, diseñar, construir. Son las tareas donde el Estado y sus ministerios de
Planificación, Educación, Vivienda y OOPP deben ser protagonistas.

Fuente: La
Nación, Santiago.



Los tsunamis no matan. Lo que daña es nuestra falta de cultura
sísmica, que se expresa de diversas formas: balnearios construidos a nivel de
mar; asentamientos costeros sin sistema de alarma de tsunamis; puertos carentes
de las debidas instalaciones rompeolas; edificios construidos sobre terrenos
inestables; estructuras diseñadas para sismos de mediana intensidad; cableado
aéreo por doquier; pasarelas en hormigón prefabricado, sin las suficientes
holguras para desplazarse; uso y abuso del vidrio; edificaciones sin los
debidos amarres estructurales; proliferación de cielos americanos, creados en
lugares donde no se registran sismos; libreros, estanterías, guardavajillas,
esculturas altas, sin los anclajes necesarios para evitar su caída; ausencia de
los sismos en los programas de estudio en nuestros colegios y escuelas;
inexistencia de cartillas, recomendaciones, guías o sugerencias para la
población ante estos eventos; inexistencia de protocolos claros y transparentes
para el accionar de las autoridades; etcétera…

Y vivimos en un país construido
sobre una línea de subducción entre la placa de Nazca y la placa Sudamericana,
que recorre longitudinalmente gran parte de su territorio y que se manifiesta
mediante diversas fallas geológicas. Y con una historia tristemente enarbolada
de terremotos y maremotos altamente destructivos, que sólo durante el último
siglo se manifestó con epicentros en 1906 en Valparaíso, en 1922 en Vallenar,
en 1939 en Chillán, en 1943 en Ovalle, en 1971 en Illapel, en 1985 en
Melipilla, en 2005 en Iquique, en 2007 en Quillagua, en 2010 en Cobquecura; y
el triste récord mundial de 1960 en Valdivia. Y cuya cordillera alberga un
importante número de volcanes que causan un permanente riesgo de sismos (además
de las otras consecuencias propias de las erupciones). Y con un litoral de más
de 4 mil 200
kilómetros de costa, de mar, de olas.

Pero vivimos, organizamos nuestro
territorio, asentamos nuestras ciudades, nuestra actividad económica,
orientamos nuestra vida, construimos nuestros programas educativos, creamos
nuestras instituciones, como si no existieran las fallas geológicas, como si no
tuviésemos mar, como si no existieran los volcanes, como si no tuviésemos una
historia telúrica letal. Y el 8 de marzo, diez días después del último
terremoto, se nos informa que una importante cantidad de habitantes de caletas
azotadas por el (o los) tsunamis se quieren reinstalar en los mismos sitios
donde estaban sus desaparecidas moradas.

Esta falta de cultura sísmica
queda tristemente revelada desde el 27 de febrero: destrucción en Constitución,
Iloca, Pelluhue, Talcahuano y otras ciudades costeras; una niñita salvando a la
población en Juan Fernández, movida por su instinto, porque el sistema de
alarma no funcionó; edificio Alto Río en el suelo en Concepción; decenas de
construcciones y pasarelas colapsadas; destrucción del patrimonio
arquitectónico en adobe; desconocimiento generalizado respecto de qué hacer
frente al terremoto y sus réplicas; descoordinaciones entre el SHOA y la Onemi; demora en la toma de
decisiones; entre muchos otros aspectos. Resultados graves que, coincidamos,
pudieron ser peores. En otros países menos sísmicos que Chile, un terremoto de
esta magnitud hubiese sido, probablemente, mucho más dañino.

El problema es que somos un país
de memoria corta, que no aprende de su experiencia, que no ha sido capaz de
integrar en toda su dimensión esta realidad sísmica permanente y que retoma su
vida normal post terremoto como si nunca más fuera a experimentar un nuevo
evento telúrico grave. No hemos aprendido ni de nuestro territorio ni de nuestra
historia, y nuestro modo de vida, nuestras costumbres y comportamiento, las
modalidades de nuestro desarrollo científico, económico y tecnológico, se han
construido ajenas al carácter sísmico de nuestro país. No tenemos en nuestro
ADN la sismicidad del territorio como una condicionante de vida.

Cuando, en 1998, como
director del equipo consultor de la
Escuela de Arquitectura de la USACh, realicé el estudio
del Plan Regulador Intercomunal del Borde Costero de la Sexta Región, en una
zona litoral que incluye desde La
Boca hasta Boyeruca, pasando por Navidad, Matanzas,
Topocalma, Pichilemu, Cahuil y Bucalemu, propuse la creación de una cota de
seguridad ante eventos marinos situada a 20 metros sobre el nivel
del mar. Propuse la libertad de construcción residencial, en las áreas
planificadas, sobre esa cota y bajo la cual se construyeran sólo instalaciones
ligadas a la actividad marina, diseñadas y calculadas en función de los
posibles tsunamis. Algunos conspicuos colegas profesionales dijeron que esa
cota era una exageración, una suerte de terrorismo territorial…

Este nuevo evento telúrico nos da
una nueva oportunidad. Tenemos la posibilidad no de reconstruir nuestro país,
como afirman las autoridades de gobierno, sino de recomenzar, fundar de nuevo,
reconquistar nuestro territorio y maritorio, domesticar nuestra cultura y
respetar los tiempos, los ritmos, los lugares y las formas en que se manifiesta
la naturaleza. El río siempre buscará su lecho original; la lava buscará
siempre las mismas quebradas y pendientes; por efecto de gravedad, las subidas
de mareas buscarán siempre los planos horizontales aledaños; las lluvias
intensas siempre inundarán los sectores bajos, causarán aluviones en áreas
conocidas y ablandarán los terrenos no rocosos; cada cierto tiempo tendremos
terremotos de mediana a alta intensidad. Rediseñemos nuestro territorio en
función de esta realidad, muy presente pero que no queremos reconocer.

Reinventar, educar, diseñar,
construir. Son las cuatro tareas de todos, donde el Estado y sus ministerios de
Planificación, Educación, Vivienda y Urbanismo y de Obras Públicas deben asumir
un rol protagónico. Pero no reconstruyendo, sino repensando nuestro territorio
a partir de una cultura que incluya nuestra realidad telúrica. Para que nunca
más los tsunamis vuelvan a bañar de luto nuestro hermoso litoral por culpa de
nosotros mismos.

* Doctor en Urbanismo
Universidad de Santiago de Chile (USACh)

 


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