LOS TERREMOTOS DERRIBAN MITOS

Los terremotos derriban mitos

Por Rodrigo Vidal Rojas

Doctor en Urbanismo,
Universidad de Santiago de Chile (USACh)

Desalojemos estos mitos mal
fundados para no sucumbir aplastados por ellos y construyamos una sociedad
solidaria de verdad.

Fuente: La Nación – 31.03.2010

Los fuertes daños producidos por el
terremoto no sólo son de carácter humano y material. En mi calidad de no
experto, considero que la catástrofe del 27 de febrero ha puesto en crisis al
menos cuatro aparentes verdades asumidas y ha develado que probablemente se
trate de cuatro mitos sin fundaciones sólidas.

El primer mito fragilizado es “Chile,
país solidario”. Por cierto, como en cualquier país, en Chile existen
instituciones y personas que despliegan una gran solidaridad en momentos como
éste. Ahí están la
Fundación Teletón, Caritas Chile, Hogar de Cristo, Un Techo
para Chile, universidades, colegios, algunas empresas, para demostrarlo. Allí
están también miles de jóvenes, hombres y mujeres, contribuyendo con quienes
más lo necesitan. Pero estas instituciones y personas, que merecen toda nuestra
admiración y respeto, son la parte que queda en pie del mito. En el suelo de
este edificio de la solidaridad chilena están los saqueos de un lumpen de
diverso pelaje; el egoísmo de los supermercados que prefirieron botar a la
basura miles de productos en lugar de donarlos; un sistema de entrega de ayuda
que discrimina en Concepción con Nescafé para los más acomodados, bolsitas para
los pobres y nada para el resto; la indolencia de aquellas instituciones que
funcionan como si nada hubiese ocurrido, so pretexto de normalizar para evitar
el estrés postraumático; los millones de chilenos que no sufrieron daño
material ni humano y se han conformado con “sufrir” mirando las imágenes en
televisión, sin haber hecho ningún gesto de ayuda. Quizás sea usted uno de
aquellos que, tal vez, al escuchar la insistencia de Don Francisco extrajo del
monedero un billete para depositarlo en el banco, símbolo de su único aporte a
las víctimas.

Parte importante de la sociedad chilena
es solidaria cuando hay una cámara de televisión y un micrófono cerca. Si no me
cree, pregúnteles a todos esos niños y niñas de entre seis y diez años que
están sufriendo, que tienen hambre, que no han sido visitados por el Presidente
ni por los canales de televisión, que están tristes y con miedo por el solo
hecho de no haber tenido la suerte de pedir una “zafrada” para cubrirse. Y el
pequeño “zafrada”, inteligente e inocente, enternece a un país entero sin saber
que está siendo usado por los figurines de siempre.

El segundo mito colapsado es “Chile,
país de cultura sísmica”. Vivimos en un país construido sobre una línea de
subducción entre la placa de Nazca y la placa Sudamericana, que recorre
longitudinalmente gran parte de su territorio y que se manifiesta mediante
diversas fallas geológicas. Y con una historia tristemente enarbolada de
terremotos y maremotos altamente destructivos. Y cuya cordillera alberga un
importante número de volcanes que causan un permanente riesgo de sismos (además
de las otras consecuencias propias de las erupciones). Y con un litoral de más
de 4 mil 200
kilómetros de costa, de mar, de olas. Pero vivimos,
organizamos nuestro territorio, asentamos nuestras ciudades, nuestra actividad
económica, nuestra vida, construimos nuestros programas educativos, creamos
nuestras instituciones como si no existieran las fallas geológicas, como si no
tuviésemos mar, como si no existieran los volcanes, como si no tuviésemos una
historia telúrica letal. Y el 8 de marzo, diez días después del último
terremoto, se nos informa que una importante cantidad de habitantes de caletas
azotadas por el (o los) tsunami se quieren reinstalar en los mismos sitios de
sus desaparecidas moradas. El mito de la cultura sísmica se transforma en escombros
a la misma velocidad que nuestra memoria expulsa el recuerdo de cada catástrofe.

El tercer mito gravemente dañado es
“Chile, potencia en las comunicaciones y la información”. Las páginas
económicas de los grandes periódicos, los diarios financieros, los suplementos
de tecnología, la agresiva publicidad de las empresas de telefonía, la
discusión sobre la televisión digital, el mercado de televisores de alta
definición, el crecimiento explosivo de la telefonía celular, el fácil acceso a
herramientas de comunicación y la internet banda ancha construyeron el mito de
que Chile era una potencia de las comunicaciones. Bastaron tres minutos de
movimiento telúrico para fragilizar estructuralmente el mito. Quedamos
incomunicados. Y por varios días. En el Chile de 2010 transcurrieron
interminables horas sin saber qué ocurría en las zonas del epicentro telúrico.
Y el consejo más inteligente de las empresas telefónicas fue: “No usen el
teléfono…”.

Eso en el plano de las tecnologías de
comunicación. En el plano de la información, la desinformación de los medios de
prensa nos pintó un país que no era. “Pichilemu ha quedado destruido por el
tsunami y la Armada
evalúa evacuar la ciudad”, escuché en una de las principales radios del país.
Ese día 27 de febrero estuve en Pichilemu y no estaba destruido. “Concepción
está en el suelo”, escuché en otra radio. El 6 de marzo estuve en Concepción y
no estaba en el suelo. Y demoré cuatro horas con 40 minutos entre Buin y la
entrada a Concepción, y no las 9 ó 12 horas que se anunciaban. “Cobquecura
habría desaparecido”, anunció otra radio y no era cierto. Y a medida que los
días pasaban la cifra de muertos disminuía. Por supuesto que hubo gran
destrucción, y lugares como Talcahuano, Iloca y Constitución aprietan el
corazón de cualquiera. Pero la exageración apocalíptica de los medios y la
incomunicación de la telefonía nos angustiaron erradamente.

El cuarto mito que habrá que
inspeccionar es “Chile, país donde las instituciones funcionan”. El SHOA no
realizó su tarea y la coordinación con la Onemi fue defectuosa. La Presidenta no tuvo un
helicóptero para salir de inmediato a recorrer la zona más afectada. Más de
tres días tardó la declaración del toque de queda para enviar a los militares a
dar seguridad a la población penquista. La fuerza de elite de Bomberos que
llegó a Concepción con varias toneladas de equipos para las labores de rescate
no tenía cómo trasladarse desde el aeropuerto de Carriel Sur al centro de la
ciudad. Los protocolos para hacer frente a los tsunamis no funcionaron. El
Ministerio de Relaciones Exteriores tuvo que detener urgente la ayuda
internacional mientras se decidía qué tipo de ayuda se requería (¿realmente
había que evaluar si se necesitaban o no hospitales de campaña?). Las voces
pidiendo auxilio que emanaban de algunos edificios en ruinas se fueron
silenciando mientras esperaban la ayuda que no llegó. Y de no ser por
organizaciones caritativas como las al inicio mencionadas, muchos damnificados
estarían en la calle o fallecidos, ya que el Ejecutivo y el Legislativo aún
discuten cómo financiar la reconstrucción, a un mes del terremoto.

Desalojemos estos mitos mal fundados
para no sucumbir aplastados por ellos y construyamos una sociedad solidaria de
verdad, exijamos al Estado que norme debidamente las comunicaciones y la
información, tomemos conciencia del territorio que habitamos desde la educación
y la política, y repensemos nuestra institucionalidad. Nunca es tarde, las
futuras generaciones nos lo agradecerán.


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