ANIMALES EN LA VÍA PÚBLICA: UN PELIGRO PERMANENTE
Hace unos días la opinión pública nacional se vio conmovida por el terrible accidente sufrido por el diputado Juan Lobos, quien se dirigía desde Los Angeles a Concepción en automóvil cuando intespectivamente impactó con un caballar, lo que provocó la muerte del parlamentario y dejó con graves secuelas a una de sus hijas que le acompañaba, aún en tratamiento psicológico y físico producto del trágico accidente.
Esta vez no fue la imprudencia del conductor, como en otros casos, sino la irresponsabilidad del dueño del animal, en este caso, que se despreocupó y el animal sobrepasó los cercos y se metió a la carretera provocando un grave accidente.
¿Es la primera vez que ocurre un hecho similar?
Desgraciadamente no es la primera vez. Lo hemos visto en la televisión cuando se han mostrado imágenes de animales, solos, y con sus dueños o jinetes montándolos. Incluso en evidente estado de ebriedad, transitando por carreteras.
Pero estos hechos también suceden en apartados rincones de nuestro país, no denunciados porque, afortunadamente, no se han producido accidentes que lamentar.
A raíz de estos graves hechos, dos ciber lectoras nos han escrito manifestando su preocupación, pues –dicen- que han sido testigo de situaciones parecidas y proponen que la autoridades comunales, al margen de la acción de la justicia para establecer responsabilidades, debieran dictar la respectiva Ordenanza para prever este tipo de situaciones y sancionar por el solo hecho de mantener animales en la vía pública.
Sin duda que es una muy buena iniciativa y me atrevo a señalar que si no todas las municipalidades la tienen en vigencia, muchas de ellas puede que la tengan y la apliquen.
Sin embargo, hay que decir que no solo se requiere de tener Ordenanzas que regulen y sancionen a los vecinos y/o ciudadanos cuando infringen la normativa que la contiene, sino AUTORIDADES con los pantalones bien puestos que la apliquen y la hagan respetar.
En Pichilemu recuerdo que hay Ordenanzas -sin saber si está en vigencia actualmente- que se refieren a la tenencia de animales en el radio urbano, pero no recuerdo si está contemplado su alcance para los caminos fuera del radio urbano (en sectores rurales).
Se de situaciones del pasado en que hubo denuncias por animales en vías públicas y que los afectados han tenido la experiencia de verse enfrentados a eventual peligro de colisiones, sin llegar a ella felizmente.
En el camino de Pichilemu a Cáhuil, por la costa, en varias ocasiones se han producido situaciones con animales sueltos en la vía pñublica.
Hace unos cinco años, en el sector de la Piedra Parada y/o Galpones, un bus interprovincial chocó con varios animales.
Pero al momento de los quiubos, nadie reconoce ser el dueño del animal o animales.
Conozco de otras situaciones en donde las Ordenanzas se han hecho solo para decir que existen, pero que no se aplican ni por los inspectores municipales ni por la autoridad policial. Y esa Ordenanza, por ejemplo, es sobre Ruidos Molestos. Y esta no se aplica, no porque los contribuyentes y vecinos la respeten –establecimientos nocturnos, tales como Pubs, Discoteques, Cabaret, por dar un ejemplo- sino porque la autoridad por una extraña razón se “sienten inhibidos” a aplicarla.
Lo anterior no significa que todos los dueños de este tipo de establecimientos infrinjan esta Ordenanza¸ pero hay algunos que tienen la “suerte” de no ser nunca sorprendidos.
En un caso, que no sabemos si sigue pasando, ocurría que al parecer siempre enviaban a “personal sordo” o usaban Walkman o MP3, ya que pese a que estacionaban su vehículo de servicio debajo de un conocido local que se permitía además abrir sus ventanales para que su música se expandiera generosamente a los alrededores.
Un conocido vecino del sector se aburrió de reclamar a las autoridades y debió arrendar otra vivienda, alejada de ruidos molestos para sobrevivir al jaraneo del verano.
Estos ejemplos son para graficar que las Ordenanzas sirven hasta por ahí no más.
Junto con ello hay que tener autoridades que tengan la decisión de aplicarla cuando éstas se pasan a llevar.
ANIMALES
Pero volviendo al caso de los animales, es un tema mucho más serio aún. Ahí está en juego no solo la vida del animal, sino de las personas.
Recuerdo que estando trabajando en Santiago, por estas fechas en el año 1981, falleció un familiar en Pichilemu y en el automóvil de un hermano nos fuimos varios para llegar al oficio religioso y luego al cementerio. Cinco personas al menos íbamos en el automóvil cuando pocos kilómetros antes de llegar a Litueche, vacas y terneros que caminaban solas por la orilla del camino, al sentir el ruido se espantaron y se atravezaron, siendo imposible sacarle el quite y una de ellas paso por el capo, afortunadamente provocando el abollón y el susto mayúsculo a todos. Nos bajamos para constatar el daño al vehículo y como no había daños mayores que impidieran la marcha, continuamos el viaje.
Sin embargo, como el animal quedó herido o quebrado, decidimos pasar al Retén de Litueche a avisar de lo sucedido y del peligro. Ese solo hecho de avisar casi nos impide llegar al funeral, por cuanto uno de los policías era partidario de dejarnos ahí hasta que se ubicara al propietario del animal.
Tras explicarle el motivo del viaje y entregar nuestros nombres para que nos ubicaran y citaran de ser necesario, nos dejaron partir.
Por la pérdida de tiempo y hora de nuestro arribo, se nos ocurrió pasar directamente al Cementerio y ahí estaba el cortejo y acompañantes a punto de subir la urna al nicho.
¿Qué pasará tras el accidente fatal sufrido por un diputado de la República de Chile?
Lo más probable es que todo irá tomando su curso normal y no se haga nada, como en muchos otros casos, y en el futuro podremos contar otros casos que siguen acumulando víctimas, subiendo los porcentajes y llenando estadísticas.
Cuando estemos equivocados, tendremos la nobleza de reconocer hidalgamente que nos equivocamos.
Y ojala, ¡así sea!