Pichilemu es mucho más que playas, surf y olas. En sus caminos interiores, de tierra, llenos de la esencia huasa, existen muchos lugares que merecen ser visitados por los miles de turistas que concurren a la capital de la provincia Cardenal Caro durante esta temporada estival. «El Marino», durante los próximos días, mostrará lo mejor del Pichilemu rural, ese Pichilemu que probablemente no conoces.

Su laguna es altamente concurrida por aquellos que buscan una alternativa a los lugares más populares de Pichilemu, como Punta de Lobos y la playa principal Las Terrazas; conocida es por sus aguas tibias y seguras para la práctica de la natación, pesca y kayak. Desde noviembre hasta abril, es fácil también darse un paseo en bote por la laguna, a un costo bastante accesible para cualquier bolsillo. Alrededor de la laguna, existe una feria artesanal, con distintas especies a la venta, entre ellas, mermeladas caseras, figuras de greda y madera.

Por la importancia de la actividad de la sal, es que Cáhuil ya es censada en el siglo XVII; en 1778 se convierte en viceparroquia, y en 1864 parroquia con sede en Ciruelos. Sin embargo, Cáhuil comienza a pasar a un segundo plano cuando lo que conocemos actualmente como Pichilemu pasa a ser el centro administrativo de la nueva comuna, de igual nombre, creada en 1891.
La sal de Cáhuil, extraída gracias a las magníficas condiciones topográficas del lugar, es un producto que cada vez toma más fuerza y valor en la región y el país. A pesar de esto, son cada vez menos quienes dedican su vida a las labores de extracción del mineral.
Poco después de pasar la antigua balsa que conectaba Cáhuil con el camino a Bucalemu, nos encontramos con unas bien cuidadas salinas. Sus esforzados trabajadores ya habían envasado un pequeño cerro de sal, que luego comercializan en sacos a los turistas y pichileminos, a bajo costo.

«Esto tiene todo un proceso, todos estos tienen su nombre. La primera etapa se llama corralón, la segunda cocedera, después zancochador, después recocedor, y cuartel. Todas tienen su función. El cuartel es el que da la sal, y el recocedor es el que la va a alimentando, ese es más o menos el proceso, dura como cuarenta días para sacar un cuaje», nos contó.
Gaete lamentó que el oficio de salinero está «muriendo, porque hay muy poco apoyo, en todo sentido, acá como que se acuerdan en verano que están las salinas, pero cuando de verdad necesitan el apoyo no están».
Alrededor de catorce salineros son los que aún trabajan en la zona. Antiguamente eran 160 salineros. «Todas las demás salinas han quedado abandonadas porque el sistema no es rentable, en el sentido que no hay apoyo, ya sea para arreglar las salinas, y no hay apoyo, es lenta la sal acá, por el motivo de que no hay publicidad», comentó Gaete. Con publicidad «es posible que se volvieran a trabajar las [salinas] que están abandonadas, si existiera una cosa de exportación, o se le diera más a la sal de Cáhuil, que es sólo naturaleza», expresó el exsalinero.
